A través de las vivencias de dos familias de un pequeño pueblo periférico de la conurbación de San Sebastián (Donostia en euskera), Fernando Aramburu se adentra en los efectos de la polarización derivada de los años del plomo del terrorismo de ETA. Su novela Patria, considerada el libro del año en 2017 en España, es una inmersión en el absurdo de las pasiones humanas, especialmente en aquellas que, con un contenido casi religioso, incitan a matar o morir. La patria es esa pasión que, de una manera sofocante, va alterando la vida cotidiana del pequeño pueblo.

La radicalización del hijo de una de las familias y el asesinato del padre de la otra son las expresiones del quiebre de la vida pueblerina, hasta entonces aburrida y circular, pero armónica y tolerante. La lucha por una patria vasca, en la que se enrola el joven, se plantea como un enfrentamiento a muerte, sin términos medios, sin diálogo, sin posibilidades de un acuerdo de convivencia. No importa que la realidad ponga cada día al frente una situación diferente a la que se pintaba ETA. En visiones como esa, que perduró por sesenta años, la realidad es lo de menos. Lo que importa es la creencia. Es un asunto de fe. Como toda pasión, divide al mundo en partes irreconciliables, en buenos y malos que pueden estar divididos por cualquier criterio. En este caso son los vascos y los españoles, o los nuestros y los otros. Una vez sentados los principios de la pasión, la razón no tiene cabida, es expulsada.

El tema de la novela da para hacer largas reflexiones sobre el conflicto vasco y la estupidez de las acciones terroristas que acabaron con las vidas de cientos de personas, principalmente civiles. Otra interpretación es la que se puede hacer sobre la patria y el culto que se desarrolla hacia un sitio en que uno nace (por casualidad, como es obvio). Esta lectura puede llevar a cuestionar la sacralidad que atribuimos a ciertas ideas deleznables y primitivas. Pero, quizás la interpretación más integradora sea la que aborde esa ansia de algunos seres humanos por encontrar una causa por la que valga la pena morir. Lo más grave del asunto es que quien está dispuesto a morir por una idea, está previamente decidido a matar por ella. El mártir quiere morir por su creencia, pero antes quiere llevarse a todos los que pueda, porque no merecen vivir si no comparten su parecer. Sabe que será admirado por los suyos, porque supo morir por la causa, pero también porque supo matar por ella.

Patria se adentra en ese ámbito oscuro del ser humano. Lo hace en el pequeño mundo de las dos familias que, cada una desde su perspectiva, no logran entender lo que sucede (la relativa empatía de la madre del chico radicalizado no expresa una forma de comprender la situación). Recientemente, la novela fue adaptada para la televisión, con gran calidad y apego al texto original, como se hace evidente en los primeros capítulos que se han emitido. Vale la pena armarse de coraje y verla, aunque no se haya leído la novela. Puede servir de aliciente para ir al libro, aunque el camino debería ser el inverso. (O)