Me basta con presionar un botón y mi pantalla se ilumina con los rostros sonrientes de dos amigas: la una desayunando en Ecuador, la otra cenando en Japón, mientras yo termino mi almuerzo alemán. Entre risas recordamos aquellos tiempos cuando vivíamos en el mismo huso horario y salíamos de farra maquilladas y entaconadas: una guayaca, una manaba y una quiteña, reinas de la noche andina. Nostálgicas nos observamos en nuestras pantallas, convertidas en mosaico de caras lavadas, cansadas, sinceras.

De adolescente solía pasar horas hablando por teléfono con mis amigas del cole, todavía me sé de memoria sus números (hoy no recuerdo ni el celular de mi hija). A veces me entretenía levantando el auricular en la sala para escuchar las conversaciones de mi hermana mayor con su mejor amiga. Hoy es mi hija quien espía mis mensajes de WhatsApp y sonrojada me pregunta: ¿Por qué a tu amiga M le gusta Maluma, mami? ¡Es feo!

Y es que ya casi cuarentonas seguimos siendo esas guambras que fuimos, las que tenían pósteres de Leonardo Di Caprio y Ricky Martin, bailaban Maná y Macarena, se echaban todas el mismo perfume y el mismo rímel mientras la S nos arrancaba las cejas con una sola pinza. Las amistades que duran toda una vida tienen esa magia: detienen el tiempo. Aunque pasen los años y sea testigo, incluso a la distancia, de las metamorfosis de sus vidas, yo sigo viendo en ellas las niñas que fueron, las niñas que fuimos, juntas; y entre ellas renace en mí la niña que fui. Veo a mi amiga ciclista convertida en maestra de nuevas generaciones, todavía saltando montículos de tierra (su hijo imitando sus proezas), veo a la nutricionista sanando al mundo con sus jugos, a la valiente renunciando a su trabajo de oficina para lanzarse en brazos de su sueño de ser diseñadora de modas y mentes positivas. Las más dulces se convirtieron en profes, mi amiga gemela es fotógrafa y madre reciente, y verla con su hijo en brazos me hace sentir un poquito más madre también. En la salud y la enfermedad, nos contamos lo bueno, lo malo y lo feo, hablamos entre nosotras con la libertad de quien no tiene nada que ocultar ni necesidad de aparentar.

Justamente ahora que el mundo se ha vuelto un lugar tan tenebroso, hoy que hemos convertido las redes en campo de batalla y tribuna de fanáticos e ignorantes, sabelotodos, vanidosos y envidiosos, hoy más que nunca debemos defender ese territorio bello y acogedor que ha existido siempre y permanecerá: la amistad verdadera. Para qué hablar de política entre amigas si conversamos sobre lo que importa, nuestras hijas bailando y nuestros maridos cocinando, si todavía recordamos las pijamadas entre historias de amor y de fantasmas. Si estamos viviendo todos un aguacero de derrotas, si el futuro parece un anochecer en medio del páramo sin abrigo, si el mundo gira cada vez más rápido y sin sentido, por qué no volver el corazón a lo que vale, a aquello que nos ha definido como seres humanos hoy y siempre, esa fuente de eterna juventud y esperanza donde nos sentimos menos solos aunque sea durante un par de risas: la amistad, las amigas, los amigos de siempre y para siempre. (O)