Pertenece a Lupe Rumazo el concepto de la Revolución de la Senectud: aquella que hacen las personas mayores, que siguen activas, escribiendo, pensando y creando. He recordado este concepto al leer la Innúmera, revista de la Pedrada Zurda (PZ) que ha salido a la luz este 2020, al que ellos califican como el año de la peste. Y para hablar de esta revista hay que explicar quiénes son sus creadores, es decir, qué es la Pedrada. Según me lo relató el cineasta Santiago Carcelén Cornejo, uno de sus miembros, se trata de un colectivo con una postura fundamentalmente contracultural. Apareció en día del mes de septiembre de 1978, en las aulas y pasillos de la Universidad Central, organizaciones barriales, cenáculos de intelectuales, fondas y cantinas de la época.
En su manifiesto constitutivo dice: “La P.Z. nace como una expresión de las fuerzas vivas del país que no se encuentran vinculadas con ninguna de las siglas existentes… No somos místicos ni eunucos… Nuestra lucha es por la libertad, por un mundo sin clases, fuera de la resignación a cualquier tipo de autoridad”. Es una reacción estética, política y ética al circo alrededor del desfile del primer barril de petróleo, orquestado por la dictadura militar. También surge después de la masacre de Aztra. No sólo se alzaron contra las élites culturales del país, sino que buscaron llevar la cultura a las calles y sintonizar su accionar artístico con las luchas fundamentales de su tiempo: expresaron, de muchos modos, su solidaridad con aquella Nicaragua que tenía, verbo en pasado, sueños de libertad.
Esta historia, la de la Pedrada Zurda, tiene una resonancia latinoamericana: fueron varios los grupos de escritores, artistas e intelectuales que buscaron ser irreverentes desde la cultura, en distintos momentos históricos de la vida continental. Antes de ellos en el Ecuador operó el movimiento Tzánzico. De hecho, en la Innúmera, Inés Jaramillo Cevallos rinde homenaje al poeta tzánzico Rafael Larrea. En el Perú funcionó en la década de los 70 el movimiento Hora Zero, cuyos miembros más jóvenes fundaron en los 80 el movimiento Kloaka, ya en la época brutal de la violencia peruana. En México, en 1975, empezó a operar el Infrarrealismo, inmortalizado en la ficción por uno de sus miembros: el chileno Roberto Bolaño, que en su novela Los detectives salvajes lo evoca como Realismo Visceral.
La Innúmera, entonces, da cuenta de lo que pensó, soñó y sufrió una generación de artistas, así como su visión del país y su búsqueda por las grandes transformaciones sociales en América Latina. Pero, y vuelvo a la Revolución de la Senectud de Lupe Rumazo, es también la acción continua de un grupo de creadores que aún no ha colgado los guantes y que, pese a todo, ha procurado seguir coherente a sus principios. Uno de los miembros más conocidos de la Pedrada es el cantautor Jaime Guevara, el chamo Guevara, que lleva décadas haciendo música contra los dictadores y denunciando las violaciones a los derechos humanos. En la Innúmera hay una preciosa selección de sus canciones.
No es mi deseo, en esta columna, reseñar el contenido de la Innúmera. En el fondo, y pese a ciertas distancias ideológicas, deseo rendirles tributo, en su calidad de artistas revolucionarios y de creadores que, pudiendo retirarse a una vida más reposada, no lo hacen. Porque hay artistas que prefieren morir en su ley. En el poema Informe confidencial sobre la posibilidad de un mínimo equivalente mexicano del poema Howl (El aullido) de Allen Ginsberg, el gran Carlos Monsiváis reflexiona sobre el destino de una generación de intelectuales y poetas mexicanos que dijo pretender cambiar el mundo y que terminó fosilizada por el establishment al que sirvieron toda la vida. Creo que la Innúmera es la prueba fehaciente de que los miembros de la Pedrada Zurda, al menos aquellos de los que yo tengo noticia, siguen tan activos e irreverentes como ayer. (O)









