La población mundial no solo que se acerca a la cifra de 8.000 millones, sino que su tasa de crecimiento se mantiene al alza especialmente en países en vías de desarrollo, ejerciendo con ello una mayor presión en la esfera de lo económico, social y hasta medioambiental. Esta proyección malthusiana muestra a sociedades masificadas con una característica distintiva, conforme lo destaca Rodrigo Borja: “el lleno”, es decir, “…todos los lugares están abarrotados de gente”.
En estas condiciones de hacinamiento las personas deberían ser las más visibles, dado lo abrumador de su número. Pero no. Si damos una mirada escrutadora a este hecho, caemos en la cuenta de que lo obvio deja de ser tal y, más bien, se produce una paradoja: nos encontramos frente a una sociedad en su gran mayoría de invisibles.
Ahí está, por ejemplo, ese amplio sector de personas que por su situación de precariedad económica no tienen la capacidad para demandar u ofertar bienes o servicios en la economía. En esas circunstancias, quien no puede formar parte de la ley de la oferta y demanda, para el mercado y la arrogancia capitalista, simplemente no existe y, por lo mismo, termina siendo invisibilizado. En el caso de América Latina, según proyecciones de la Cepal, las personas que viven en pobreza y pobreza extrema, por efectos de la pandemia, pasarán de 186 a 231 millones y de 68 a 96 millones, respectivamente. En lo relativo a Ecuador la pobreza se incrementará en 7 puntos porcentuales, en tanto la pobreza extrema lo hará en 5,1. Estamos hablando de un segmento poblacional que se transforma, de un momento a otro, en invisible, en algo intangible, para una sociedad cada vez más egoísta y preocupada del interés individual, así como de un estado al que la ortodoxia liberal pretende desmantelar con aquello de alentar su minimalización.
Pero lo curioso es que la invisibilidad no solo atrapa a los desheredados o marginados del sistema. También se observa en el otro extremo, pero claro con diferentes motivaciones. Ahora, las élites y los nuevos ricos no siempre están interesados en mostrar su opulencia que muchas veces ofende en términos de desigualdad social. Por eso, hay quienes pretenden ocultar la abundancia, pasando inadvertidos, volviéndose invisibles, para no ser objeto –a decir de Joaquín Estefanía– de indignación. Para eso levantan muros físicos y simbólicos, que distancian y distinguen a las personas unas de otras, levantando ciudadelas privadas; centros de educación exclusivos; membresías a clubes selectivos, etc., donde el espacio público para el encuentro de todos no tiene cabida. Además, están quienes actúan al margen de la ley, pretendiendo volverse intocables y con ello evitar la sanción de la sociedad. Así permanecen, mientras pueden, tras bastidores, actuando con su mano invisible y delegando el trabajo sucio a otros… Por eso se requiere una justicia ágil y profesional capaz de desvelar esas estratagemas y cortar de un tajo tanta inmundicia.
Aspiramos a que la justicia social, transparencia, solidaridad y ciudadanía nos vuelvan más humanos, más visibles… Ojalá. (O)