La crisis argentina parece no encontrar ningún horizonte de arreglo por una grieta social y política que se profundiza cada día y los problemas estructurales irresueltos desde hace años.

Argentina representa un caso singular en América Latina por su recorrido político reciente: un largo reinado del kirchnerismo, un breve paréntesis macrista y la vuelta al poder de una alianza del kirchnerismo con todas las corrientes peronistas. Ninguna de esas fórmulas, sin embargo, puede con todos los problemas acumulados.

La posibilidad de que el actual presidente, Alberto Fernández, superara lo que los argentinos llaman la grieta, es decir, las insalvables distancias ideológicas entre bloques sociales y políticos, desaparece como un espejismo. Las razones parecen claras: el poder de la alianza Fernández-Fernández no está en el presidente sino en la vicepresidenta. Y Cristina Fernández tiene una agenda política muy acotada: librarse de los juicios de corrupción en su contra, con evidencias acumuladas abundantes; y generar las condiciones sociales para que La Cámpora, la organización juvenil del kirchnerismo liderada por su hijo Máximo, se convierta en la expresión mayoritaria del peronismo para las elecciones del 2021.

La perpetuación de un poder dinástico y la exculpación de la reina Cristina condicionan y limitan toda la agenda presidencial. Hoy mismo Argentina se enfrenta a un conflicto profundo por la decisión del Senado de remover a tres jueces que llevan adelante procesos en contra de la vicepresidenta. El Senado lo preside la propia Cristina Fernández. También se profundiza la grieta por una reforma judicial presentada por el Gobierno para modificar la estructura del sistema de justicia.

Mientras tanto, la sociedad argentina se hunde de modo irremediable por la crisis económica y la pandemia. La economía lleva diez años sin crecer, con una caída del 19 % en el segundo trimestre del año; el Gobierno no logra resolver la crónica devaluación del peso; las perspectivas de empobrecimiento y desempleo aumentaron con la pandemia; varias empresas han anunciado su retiro de Argentina por dificultades para seguir operando; la elevada inflación carcome día a día los sueldos de los pocos argentinos que mantienen un trabajo estable; el Gobierno no puede hacer frente a las invasiones de tierra en la provincia; hace poco se produjo una revuelta de la Policía bonaerense; la ciudad de Buenos Aires, gobernada por un macrista, enfrenta un acoso de sus recursos desde la provincia de Buenos Aires, gobernada por un kirchnerista. Y para rematar, crecientes movilizaciones opositoras y una rápida caída de la credibilidad presidencial.

La trayectoria argentina demuestra con inconfundible precisión el destino trágico al que conduce a las sociedades latinoamericanas la ruptura de todos los espacios democráticas de entendimiento y concertación con una grieta que se agrava. Todos los gobernantes están llamados al fracaso, sin excepción. Y a pesar de que todos hablan y hacen llamados dramáticos para salir de la grieta, un cierto modo de entender y usar el poder solo contribuye a profundizarla. Todo un quilombo. (O)