Las nanocandidaturas de personajes como Juan Fernando Velasco, quien se prestó a recoger un puñado de votos para que Ruptura 25 tenga con qué negociar una alianza en segunda vuelta y salvar así el pellejo, me recuerda al diminuto satélite descartable que el Gobierno ecuatoriano promocionó cual si fuera el mismísimo precursor de Falcon 9. Mientras que este último tiene la virtud de ser el primer cohete reusable, el rimbombante Pegaso se desintegró en el espacio para quedar en el olvido, pero en ese momento sirvió para hacernos mirar hacia otro lado.

La rapidez con que los cometas políticos hacen carrera en Ecuador responde a leyes físicas básicas: a cantantes, reinas de belleza y entretenedores les gusta viajar a velocidades astronómicas. Nada los intimida mientras combustionan la energía autónoma que les brinda su ego, alimentado por el insuperable “me gusta” de las redes sociales. Y debido a que la distancia en el espacio es relativa, es posible que en ningún momento la mayoría de ellos se dé cuenta de lo poco que verdaderamente se han trasladado.

En la visión mecánica clásica, que a muchos buscaron inculcar a reglazo limpio en el aula como verdad absoluta, se supone el paso del punto a –por ejemplo, los estudios– al punto b –por ejemplo, un puesto de trabajo–. Pero la política cuántica transita en otra dimensión, donde no se precisan conocimientos de gran extensión o profundidad sino gozar de popularidad para coronarse como alcalde o asambleísta. Esto se debe a que las leyes terrenales no aplican en el nebuloso entramado de intereses, favores y conflictos de los partidos. Para ellos, el universo que buscan ocupar está permanentemente en expansión. Su credo gira a la izquierda el martes, a la derecha el viernes, al centro el domingo; se apegan con más seguridad a la camiseta de un equipo de fútbol que a un aliado o una convicción. No quieren mucho más que ser y estar, pues su sola presencia en una papeleta electoral es garantía, aunque sea fugaz, de brillar lo suficiente en favor propio.

El fin del universo es todavía materia de intriga para los astrofísicos. Una de las teorías habla de un colapso generalizado en que las estrellas terminan por consumirse; otra, sobre la permanencia, por eternidad, de partículas subatómicas flotantes separadas entre sí. En cualquiera de los posibles escenarios, nada de lo que hagan o dejen de hacer nuestros políticos tiene importancia alguna; pueden continuar destruyendo la semblanza de democracia que tenemos y el planeta en el que habitamos, pues nuestro destino final como especie está trazado.

Cuando cualquiera de ellos, pero preferiblemente un nutrido grupo de ellos, se proponga desafiar las limitaciones de los actuales mecanismos políticos (pienso en Alexandria Ocasio-Cortez, miembro de la Cámara de Representantes de Estados Unidos), al menos el viaje de regreso al polvo cósmico del que venimos será más llevadero para todos. Si los mismos aspirantes y experimentados políticos quisieran respirar aire más puro, caminar más tranquilos por las calles, y que los suyos tengan mejor educación y servicios de salud, podrían hacerlo al menos un poco mejor. (O)