Muy lejanos le deben parecer a Carlos Rabascall los días en que llegó a Quito e hizo su entrada al mundo político como parte del equipo de Alberto Dahik. Era uno de los jóvenes de fuerte convicción conservadora que, con un entusiasmo militante, casi un apostolado, se jugaban por la modernización del Estado. Ellos impulsaban la más clara propuesta neoliberal que ha habido en el país, con objetivos como la reducción del tamaño del Estado, privatizaciones o concesiones y una profunda reforma fiscal. Él fue pieza clave desde su cargo de director de Desarrollo Institucional de Senda (consignado en su página web sin las fechas de su ejercicio). Que no consiguieran esos objetivos no fue por falta de entusiasmo del equipo, sino por las condiciones políticas y el fin abrupto del mandato vicepresidencial. Ahora, con el mismo entusiasmo se embarca en una nueva cruzada por cambiar el modelo de desarrollo, pero esta vez con un signo radicalmente opuesto. En efecto, si llega a ser inscrito como candidato a la Vicepresidencia, deberá defender –a brazo partido, como exige la condición de dócil militancia– un programa que tiene como núcleo el fortalecimiento de ese mismo Estado que quería minimizar.

Este caso particular sirve para preguntarse por la definición ideológica del correísmo. Esa inquietud ya estuvo sobre la mesa con la presencia de Alexis Mera, los hermanos Alvarado y decenas o centenas de connotados revolucionarios, de manera que solo cabe suponer que personas como el potencial candidato encuentran cabida en esas filas porque comparten los valores conservadores que el líder exhibió a lo largo de su decenio. Esto llevaría a dar la razón a quienes aluden a la existencia de una izquierda conservadora. Sin embargo, no es impensable que en esta ocasión pueda producirse un cortocircuito, ya que su compañero de binomio anunció un gobierno feminista y ecologista.

No faltará quien sostenga que esa contradicción ya se presentó en la propia persona de Rafael Correa, que presentaba una cara izquierdista con su programa económico y otra derechista con sus valores conservadores. Sí, es muy cierto, pero la tensión quedaba opacada por la fuerza de su liderazgo, en tanto que al presentarse las dos caras separadas en dos personas diferentes –ambas carentes de carisma– la contradicción se hace evidente y puede llegar a ser explosiva. Es una tensión que coloca a sus electores frente a un dilema difícil de resolver y que puede tener consecuencias negativas en la votación. Para resolverla será necesario sacrificar a una de ellas, lo que puede lograrse únicamente por la decisión suprema del líder. Él es quien puede inclinar hacia un lado o hacia el otro el mensaje de sus candidatos. En esas condiciones y considerando que el joven precandidato no ha vuelto a referirse a esos temas, se puede suponer que la decisión de silenciar las propuestas progresistas ya ha sido tomada.

La imposición de la precandidatura de Carlos Rabascall confirma el carácter contradictorio del correísmo, que ha sido una de las razones por las que se lo ha calificado como una forma de populismo. Además, junto al relegamiento de los sectores más ideológicos, parece indicar la consolidación del carácter conservador de la izquierda. Ciertamente, es una aberración conceptual, pero de haberla la hay. (O)