En una plaza, parecía ser Barcelona, dos músicos, hombre y mujer, vestidos elegantemente, afinaron sus instrumentos y comenzaron a tocar. Luego fueron apareciendo otros con jeans y camisetas, se fueron sumando y empezó a oírse el Himno a la alegría, de Beethoven. Irrumpió también el coro, la plaza se llenó, los niños se subían a los faroles, se adelantaban solos y miraban fijamente a los músicos. Otros en los hombros de sus padres imitaban los gestos del director. Muchos sacaban fotos con celulares, pero de a poco eso fue desapareciendo y las caras felices y distendidas florecían en todas partes.

Es joven y tiene 18 años, leyó un artículo salido el domingo en EL UNIVERSO sobre el trabajo de las mujeres en el campo, lo duro de lo que hacen, la importancia de los cultivos y los frutos que tienen una larga historia cuando llegan a nuestras mesas. Quiso entonces cocinar. Buscó recetas en internet y manos a la olla… cuidando que ni un grano de arroz se desperdicie. Casi como un rito. Hizo una comida muy rica y se conectó con las campesinas y la tierra que nos cobija y alimenta.

Tenemos dos jazmines. Son delicados, hace tiempo que no florecen, las ramas de uno de ellos se habían secado, solo quedaba un tallo con hojas raquíticas. Durante la cuarentena hubo más tiempo para cuidarlo. Reverdeció. De pronto casi sin darnos cuenta apareció una hermosa flor blanca con un perfume embriagador. Como si diera gracias. Su hermano está lejos. También ha recibido cuidados esmerados. Le revisamos hoja por hoja para que no caiga pulgón, le alejamos las hormigas. Ahora tiene una explosión de pimpollos, también parece agradecer.

Falleció el esposo durante la pandemia. Se quedó sola con dos niños pequeños, vive en un sector popular. Todos los días, durante una semana, aparecía una fuente con comida colocada en el muro de cerramiento, con el letrero De parte de Miguel y un corazón. Los vecinos se turnaron en secreto para llevar comidas diferentes hasta permitir que pudieran asimilar mejor la tragedia, nadie dice quién lo llevó.

Hay actualmente 414 jueces de paz en el país. Van a ser homenajeados y reconocidos a propósito del Día de la Paz que es el 21 de septiembre. Varones y mujeres elegidos por las comunidades a las que pertenecen, en zonas rurales, amazónicas, alejadas de los centros donde se administra la justicia. Ellos permiten un ambiente de conciliación, de respeto que logra acuerdos y llegado el caso dirimen conflictos importantes (las relaciones siempre son importantes), pero menores en cuanto a las cantidades económicas en juego.

El padre Gortaire, párroco de Guamote, compartió hace pocos días en un conversatorio sobre justicia de paz, el caso de un médico natural que pretendió hacer daño con unos brebajes y fue castigado por la comunidad. Le privaron de ejercer como médico natural, pero le dieron un terrenito para que pudiera vivir sembrando la tierra y ganarse su sustento.

Guayaquil, tan criticada en el pico de la pandemia, ha “exportado” médicos a 14 provincias y 28 cantones del país para ayudar en la contención de la enfermedad y aportar al cuidado y curación de los enfermos.

Descubrir y experimentar la interconexión entre todo lo que vive da sentido gozoso a la existencia.

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