El precandidato Andrés Arauz considera que la economía requiere un mayor nivel de represión financiera del que ya hemos sufrido los ecuatorianos durante la última década, incluso escribió recientemente sobre un unicornio llamado la “desdolarización buena”, que comprendería, entre otras cosas, el encarecimiento deliberado de las importaciones y elevar el impuesto a la salida de divisas (ISD) al 27 %. Lo que parece quitarle el sueño es cómo mantener dólares dentro de la economía ecuatoriana, pero para tenerlos aquí primero hay que atraerlos, y es descabellado pensar que lo lograremos a palazos cuando hay otros destinos donde las condiciones de negocios, particularmente aquellos del sector financiero, son mucho más amigables.

En el Foro Libertad y Prosperidad hemos presentado cinco propuestas de reformas trascendentales para la economía ecuatoriana, siendo la políticamente más viable aquella de la integración financiera. Los objetivos principales son lograr tasas de interés más bajas y un mayor volumen de crédito. Hay dos visiones para lograr esto: por decreto o por la vía de crear los incentivos adecuados. La primera ignora que el mundo real no es tan sencillo y que los individuos no somos piezas inanimadas en un tablero de ajedrez. La segunda acepta que las personas reaccionan frente a los incentivos.

¿Cómo podría Ecuador convertirse en un centro financiero de talla internacional? Consideremos algunas características en común de los centros financieros estrella. El tamaño no lo es todo. Varios de ellos se caracterizan por ser pequeñas naciones o ciudades-estado: por ejemplo, Panamá en Latinoamérica y Hong Kong y Singapur en Asia. Si juzgamos por tamaño, Ecuador tiene un potencial mucho mayor que Panamá, país que desarrolló su centro financiero internacional a partir de la adopción de una ley bancaria en 1970.

Además de ser territoriales, los sistemas tributarios de estos países suelen ser sencillos y competitivos, al menos dentro de su región. Tienen una carga tributaria igual o menor que los centros financieros con los que compiten.

Panamá y Hong Kong no tienen un banco central ni un prestamista de última instancia. Tanto Hong Kong como Panamá y Singapur tienen mercados de cambio totalmente liberalizados y ninguno impone barreras a los movimientos de capitales. Adicionalmente, en estos países funciona el mecanismo de ajuste automático. El economista Steve Hanke de Johns Hopkins University explica que el sistema financiero de Panamá opera como un pequeño lago conectado a un océano de liquidez: cuando hay escasez de crédito en el mercado doméstico, los bancos extranjeros repatrían con el clic de un mouse capitales en búsqueda de mayores retornos.

Para que el agua fluya, esto es los capitales, se requiere que no haya barreras. Es decir, todo lo contrario de lo que el economista exiliado en Bélgica y su compañero de fórmula suelen proponer. Panamá y Hong Kong no se pueden jactar de tener una política monetaria soberana, pero sí de algo mejor: un mecanismo de ajuste automático que no es susceptible a la manipulación por parte de la clase política.

El complemento natural de la dolarización es la apertura financiera, para ello basta con emular las regulaciones financieras y el sistema tributario de estos centros estrella. (O)