En la película Juicio a Dios, prisioneros judíos en Auschwitz cuestionan al Creador por hacerlos sufrir. Lo acusan de asesinato e incumplir el acuerdo con Moisés de convertirlos en el pueblo elegido. Se enfrentan a fieles seguros del orden divino de las cosas, que exculpan a los verdugos por ser herramientas del plan celestial, cuyos actos no venían de su libre albedrío y sano juicio. Según Martha Hildebrandt, dicha expresión aplica a quienes pueden juzgar con cordura.

La renegociación de la deuda externa, el “alivio” de 1520 millones de dólares, generó felicitaciones entre Gobierno y organismos internacionales augurando mejores días para Ecuador. En medio del jolgorio, un “ya qué chu…” en labios de Guillermo Lasso cuestiona el argot popular deslizado electoralmente hacia Álvaro Noboa. Sin embargo, ese vocablo denota resignación y hastío con toda la clase política, por cómo han conducido al país. Aún se cuestiona el pago de la deuda externa en plena emergencia sanitaria, en detrimento de sectores sin recursos suficientes para salvar más vidas. El Gobierno justificó el hecho para evitar sanciones, asegurar nuevos créditos y oxigenar la economía. El pueblo percibe que hay mayor esfuerzo en gestiones financieras que en recuperar los dineros robados, donde habría ingentes recursos.

Negocios quiebran; el petróleo sigue bajo; instituciones de salud, educación, municipios, jubilados exigen pagos; los empresarios, flexibilidad; los ciudadanos, empleo, entre dos pandemias (sanitaria y corrupción) sin tregua y una productividad estancada. Según encuesta del INEC, actualmente hay más de un millón de desempleados y 2 620 000 subempleados; cifras que pueden incrementarse. El pueblo está agobiado con autoridades poco creíbles tomando decisiones cuestionadas. Desconfiado de políticos e instituciones, sin un tejido social, forma nichos aislados para arreglárselas como pueda. Unos piden misericordia a Dios; otros lo exculpan, pues conocen bien a los responsables.

En la película, Lieble suplica por sus tres hijos cautivos por los nazis. Un oficial permite nombrar uno para soltarlo. Lieble se pregunta: “…a cuál debo escoger, al mayor o al menor, al más débil o al más asustado; si de esto se trata el libre albedrío, no lo quiero”. Así como muchas familias pobres deben elegir cuál hijo come y culmina sus estudios; o médicos colapsados, a quién salvar primero. Difícil decisión en sano juicio. Esto empuja al individuo al abandono existencial, a renegar del “poder” que le confiere la “democracia”. Turbado, se entrega al azar. El “ya qué chu…” es resultado de una política que estructuró las bases de su ilegitimidad ética, moral; que “parió” ciudadanos apáticos, resignados a cualquier desenlace. Es un grito de liberación de quien no tiene ya qué perder.

Pese a todo, necesitamos apelar a las últimas reservas de sano juicio; procurar unidad, esperanza; sepultar en las urnas esa política nefasta que incumple el mandato del pueblo y la promesa de guiarlo por fértil camino. Debemos superar ese pesimismo determinista capitalizado por los grupos de siempre; caso contrario, solo queda unirse al “ya qué chu…” y ponernos a rezar. (O)