“Cuando la China despierte, hará temblar al mundo”. Se le atribuye la frase a Napoleón Bonaparte, quien algo sabía de invasiones e imperialismos. Bueno, los chinos ya despertaron hace rato y trabajan productivamente mientras los ecuatorianos seguimos soñando. A lo sumo, nos revolvemos en la cama por la sinofobia, ese temor y evitación hacia la China y ‘lo chino’ que se extendió por el mundo desde la presente pandemia de coronavirus. Se responsabiliza al Gobierno de ese país por una supuesta ocultación inicial del riesgo infeccioso, lo que causó la pérdida de un tiempo valioso para contener el contagio. Las lecturas más febriles acusan al régimen de Xi Jinping de una difusión deliberada del virus o incluso de la creación del microorganismo para afectar a las potencias occidentales y dominar el planeta. Pero ¿cómo evitar ‘lo chino’ si estamos inundados de sus productos en nuestra vida cotidiana?
Si nunca vivimos una crisis sanitaria, económica, laboral, social y política como la actual, pensemos que la situación podría empeorar por diferentes razones. En estas circunstancias insólitas, impotentes y desvalidos miramos hacia afuera por ayuda o inculpación. Ya recibimos algún socorro estadounidense siempre bienvenido, pero se ha exacerbado en nuestro país la sinofobia latente y preexistente, vinculada a las noticias de los aparentes errores de diseño y construcción en nuestras represas, realizadas por empresas de ese país. Además, nos sentimos hipotecados a la China para las siguientes generaciones, por culpa del millonario y a la vez menesteroso gobierno de Rafael Correa Delgado y sus malos negocios con el país asiático. ¿En serio “ese man” tiene un doctorado en Economía?
Adicionalmente, las aduanas chinas imponen restricciones al ingreso de nuestro camarón por una supuesta e improbable contaminación con el coronavirus que ellos exportaron al mundo. Como si todo esto no fuera suficiente, la poderosa, insaciable y gigantesca flota pesquera oriental acecha al filo de nuestras aguas en las islas Galápagos, para expoliar nuestro mar si nos descuidamos. En síntesis, tenemos la sensación de que la China nos ha impuesto condiciones que nos mantienen en una relación de dependencia, subordinados a la conveniencia y los intereses de ese gigante. En esta realidad, la sinofobia es una respuesta afectiva comprensible pero insostenible, improductiva e inútil. ¿Cuál es la alternativa?
El manejo actual de la crisis de los pesqueros chinos por nuestra Cancillería evidencia, retroactivamente, que durante la década coqueta sufrimos una política exterior pizpireta que se dedicó a “vacilar” impúdicamente con cuanto déspota y dictador aparecía, sin ningún beneficio para nuestro comercio y soberanía. Debemos recuperar la dignidad validando nuestros intereses en todos los foros internacionales. No podemos prescindir de los intercambios con la China, que deberían ser mutuamente beneficiosos, aunque es una ilusión creer que estamos en igualdad de condiciones. Dependemos de ellos en varios sentidos y es mejor asumirlo, pero debemos usar de otra manera aquello que tenemos y que a los chinos les falta. ¿Sabemos qué es eso? (O)