Tres problemas, cada uno con su respectivo responsable, levantan sospechas sobre las elecciones del próximo febrero.

El primero, quizás el menos grave, es el debilitamiento político del Gobierno. Aunque uno de los principios básicos de la democracia exige que este se mantenga alejado del proceso electoral, es necesario que exista una conducción política adecuada para evitar que la elección se contamine. Esa conducción existió hasta el envío de la terna para llenar el cargo vicepresidencial, como se pudo comprobar con la no intervención del Gobierno en las elecciones del año pasado. La inclusión de los dos principales cuadros políticos gubernamentales en esa terna y la demoledora votación de los asambleístas podrían alentar la tentación de entrar en la contienda. Muchas veces la debilidad impulsa a la temeridad.

El segundo problema, que eleva la gravedad del asunto, es la situación interna del Consejo Nacional Electoral. La tozudez y la maniobra como ejercicio permanente de la mayoría hacen que la palabra caos sea la más adecuada para calificarla. El pésimo manejo administrativo se combina con decisiones que levantan sospechas por su sesgo político, como el nombramiento del director de Procesos Electorales, y con decisiones oportunistas, como la revisión de la legalización de cuatro movimientos políticos para evitar la acción de la Contraloría. Por ello, es inevitable caer en la misma desconfianza que erosionó el prestigio de esa institución en el decenio correísta. La diferencia es que en ese tiempo se sabía claramente para quién trabajaba el CNE (tanto que ninguno de sus presidentes dejó de pasar por las puertas giratorias para ocupar cargos de confianza del presidente de la República). Ahora solamente hay pistas para identificar a los beneficiarios de cada decisión, entre los que se ve a tres corrientes políticas que miden fuerzas y llegan a acuerdos coyunturales en temas que pueden enlodar toda la elección.

El tercer problema, mucho más grave, tiene como responsables a las organizaciones políticas y a la ciudadanía. Es la cantidad y la calidad de candidaturas presidenciales y legislativas. La inexistencia de partidos con capacidad para recoger las demandas ciudadanas y para formular propuestas realistas se combina con el rechazo social a los políticos. De allí resulta un ambiente ideal para cualquier aventurero que se presente con una bazuca, que ofrezca colocar una base militar en la Conchinchina o que quiera gobernar al mundo desde acá y en francés. Penosamente, estos son los que definen el alto de la vara que deben superar los demás, y así todos terminan jugando con las reglas de la mediocridad. Basta ver la cerveza del viernes y los cien primeros minutos de quien, a pesar de sus múltiples defectos, nunca pudo ser acusado de populista o populachero. Obviamente, todos ellos saben que una sociedad hastiada por la ineficacia y la corrupción va a votar por el mejor encantador de serpientes y no por quien reconozca la imposibilidad de hacer milagros.

Es la antesala de unas elecciones cuestionadas por su manejo caótico, con unos candidatos que se disputarán el premio a la irresponsabilidad y con un Gobierno debilitado en su capacidad para asegurar las mínimas condiciones políticas necesarias.

spachano@yahoo.com

El pésimo manejo administrativo se combina con decisiones que levantan sospechas...