Hace dos meses la Dra. Lorna Breen se suicidó luego de trabajar en la primera línea de atención en Nueva York. Era joven, dedicada, bailaba salsa, devota cristiana que donaba un día libre de su semana a atender en un ancianato, una bella mujer. Su padre comentó que contrajo el virus temprano y apenas recuperada volvió a atender pacientes. Sin embargo, el trabajo en la emergencia la abrumó hasta que se quitó la vida. Al igual que tantas personas que se suicidan, no tenía una enfermedad mental previa; es probable que la pandemia desencadenara un proceso depresivo que la llevó a la muerte. Esto está ocurriendo en el planeta y en Ecuador. Las personas se suicidan ahora más que nunca. Muchas trabajan en el área de la salud.

En nuestro país la situación de los profesionales de salud está peor que nunca. Seguramente somos los que más miedo, decisiones difíciles y estrés tenemos. A la ya desastrosa e inhumana forma de trabajar que el sistema público obliga a tantos, se agregan las complicaciones que la pandemia ha desnudado: apoyo a la pseudociencia, desprecio por la calidad de atención a cambio de cantidad de pacientes evaluados, mediocres en cargos de decisión ignorando la evidencia científica cuando no haciendo negociados, aumento de horas de trabajo y riesgo sin equipo de protección mucho menos apoyos psicológicos y de salud apropiados, etcétera.

En los hospitales del IESS envían correos para aumentar las horas de trabajo de enfermeras y médicos a pretexto de que durante el semáforo rojo no acudieron normalmente a los centros de salud. Las enfermeras del hospital más grande de Quito, por ejemplo, habían trabajado en esos meses 142 horas mensuales, ahora les suben entre 172 y 190 horas mensuales, hasta en terapia intensiva. Sí, así como lee, más horas en el lugar más peligroso del hospital. En memorandos del HCAM algún indolente llega a decir que las horas no trabajadas (por aislamiento obligatorio) del personal vulnerable permanecen como faltas de asistencia hasta que se inventen un proceso de recuperación. Pero la angustia de tantos médicos aumenta al ver el comportamiento del país. A seis meses de la pandemia afectando a Ecuador de mil maneras, es insólito oír a politiqueros con o sin mandil justificar la irresponsabilidad de la gente que no usa mascarilla, irrespeta el distanciamiento y sale para desobedecer las normas que disminuyen el contagio del agresivo virus.

Autoridades sanitarias y locales han errado al tratar de disminuir la gravedad de la situación con mensajes de optimismo ante la evidente falta de acceso médico, camas y terapia intensiva. Pero los ciudadanos también son culpables con su desidia, con su soberbia ante la evidencia y con su complicidad al difundir mensajes falsos o absurdos.

No se trata de pintar un cuadro de resignación y abandono ante la crisis, al contrario, debemos oponernos activamente, con todas nuestras fuerzas, a la pandemia y eso incluye el acopio de información válida, la asimilación de prácticas sanitarias eficaces y también el aumento del caudal de empatía que el momento requiere, sobre todo a quienes ponen sus vidas en riesgo, a diario. (O)