Por Marcel D Feraud *

Pocas veces las elecciones presidenciales en los Estados Unidos presentan una importancia tan decisiva para la supervivencia del mundo libre y democrático.

Trump, que fue demócrata antes de ser republicano, “pro Choice” antes de ser “pro Life” y que siempre ha sido racista, por sobre todas las cosas ha demostrado ser un oportunista, impulsado por una personalidad narcisista, egocéntrica en donde solo prima su beneficio personal.

Es decir, Trump tiene todos los vicios y defectos de un ser cuya historia se cuenta normalmente en los prontuarios penitenciarios y no en los libros de historia.

A sus profundas carencias en su carácter se agregan su amoralidad y su falta de preparación para el alto cargo. Su ignorancia de cosas elementales para un estudiante de décimo grado han puesto al mundo entero en peligro.

Pero tal vez el aspecto más preocupante es que sus móviles coinciden siempre con su afán de aprovecharse y usar el poder para beneficio de su marca y de sus negocios. Se trata de una actividad corrupta usando al poder para lograr impunidad.

Es tan intensa la criminalidad de Trump que su afán de reelegirse está directamente ligado a su necesidad de permanecer impune mientras ejerza como presidente, amparado en la doctrina jurídica del Departamento de Justicia, equivocadamente interpretada en mi opinión, de que un presidente en funciones no puede ser procesado y por lo tanto es inimputable mientras ejerza el cargo.

El líder del mundo libre debe ser una persona de mente clara, honesta y con un nivel de empatía por las vidas y el bienestar de quienes se afectan con sus decisiones. Por el contrario, Trump es un personaje de mente oscura, corrupto y dominado por un narcisismo que lo vacía totalmente de empatía hacia los demás.

Biden, por otro lado, es el ser empático por naturaleza. Con una larga carrera política, es conocedor profundo de los temas latentes. Comprende que tenemos que cuidar el planeta donde habitamos porque no tenemos otro donde asentarnos. Entiende y defiende los derechos fundamentales y libertades, entre ellos aquel que establece que todos somos iguales ante la ley. Entiende que el honor y la gloria se ganan actuando dentro de la ley y no al margen de ella.

En lo que respecta a la región y a las relaciones bilaterales con Ecuador, un narcisista y corrupto, ignorante de la historia y de la realidad latinoamericana que cree que Venezuela es parte de los Estados Unidos no tiene ningún chance de imponer valores democráticos a los dictadores del siglo XXI como Maduro. Al contrario, los autoritarios del mundo como Maduro y Putin saben cómo enaltecer con halagos y ofertas la mente débil y corrupta del narciso y lo controlarán como un títere.

Biden abordara a Maduro y demás autoritarios con la fuerza de su convicción democrática y con la autoridad de entender que representa no a su marca sino al mundo libre al ser el presidente de la democracia más sólida y más antigua del mundo.

Ecuador podrá negociar en el gobierno de Biden condiciones favorables para la entrada de sus productos exportables, un tratado bilateral de inversiones entre otras ventajas que solo pueden ser concertadas entre gobiernos democráticos, solidarios, con sentido de la historia y el presente que unen a sus pueblos.

Lo que está en juego en noviembre 3 es muy grave, pero confío también que, dado el contraste entre los dos candidatos, tendremos razones para celebrar temprano en la noche y una sensación de alivio y esperanza recorrerá y cubrirá como un manto a toda la humanidad.

Pero para que eso suceda necesitamos que el ciudadano americano ejerza su deber cívico y concurra a votar. Que no falte, su voto puede cambiar el destino de los Estados Unidos y del mundo entero.

Que así sea. (O)

*Director del Interamerican Institute for Democracy.