Unos meses antes de su muerte, mi papá había comprado una camioneta, a cuyo balde le añadió una caseta. Al morir él, mi mamá la usó durante un año lectivo para transportar a niños de una escuela.
Poco después, mi mamá empezó a trabajar como oficinista en una cadena local de farmacias. Todos los días usaba su camioneta roja para trasladarse a su sitio de labores, hasta que una tarde del invierno, en medio de un aguacero y con la intención de volver a la casa, no la encontró más. ¡Se la habían robado! Hizo todo lo que pudo y nunca la logró recuperar. Fue un golpe durísimo y hasta ahora recuerdo sus lágrimas de impotencia y frustración. Sus ingresos económicos no le permitían comprarse ningún otro vehículo. Sin embargo, hubo alguien que le sugirió pagar a algún funcionario de la entidad pública que por entonces estaba a cargo del tránsito, para que en el canchón donde se depositaban los carros recuperados de los robos, le consigan una camioneta que la pudiesen hacer pasar como suya, lo que conllevaba desde luego alterar los números del chasis y el motor, además de otros trucos para hacer perfecto el delito.
Escribo esto cuando conmemoro el cumpleaños número 81 de mi mamá, para recordar que son nuestros padres quienes con su ejemplo condicionan nuestro proceder. ¿Se imaginan a sus padres haciendo algo indebido para obtener un beneficio exclusivamente personal? ¿Obteniendo una certificación de una enfermedad o de una discapacidad que realmente no la tienen, con el solo afán de comprarse un vehículo de alta gama exonerado de aranceles e impuestos? ¡Cuán grave es la responsabilidad de quienes tenemos hijos si olvidamos que es en la casa donde se aprenden los valores esenciales!
Por cierto, ¿saben qué ocurrió con mi madre y la historia de esa triste pérdida material? Pues que ella se quedó sin carro propio por el resto de su vida, mientras que yo aprendí una lección de integridad que, incluso hoy en día, me parece insuperable. Mi mamá me ha enseñado más con la fuerza de su ejemplo que con la elocuencia de sus palabras. Sé que a ustedes les ha pasado igual en casa.(O)
Fabrizio Roberto Peralta Díaz, abogado, Guayaquil