Pareciera que el conflicto es consustancial al ser humano y, por ello, aspira al ideal de un orden social en el que prime la justicia. Sin embargo, es inmensamente complejo lidiar con los conflictos de intereses de los individuos y grupos.

El país asiste perplejo a la retahíla de sucesos que los medios de comunicación registran a diario, en continuo y sin visos de parar, en los que se destapa un escándalo y los señalados pretenden eludir responsabilidades de manera descarada, hasta que otro hallazgo los desdice y acomodan las declaraciones. Y así se van sucediendo los señalamientos y las argucias ante las audiencias expectantes.

Para vivir en sociedad, los seres humanos hemos ido acordando un ordenamiento legal al que en principio están sometidos todos los individuos, sin excepción, en igualdad de condiciones. Sin embargo, no todos están dispuestos a mantenerse apegados y obedientes a ese mandato general y buscan aliarse entre sí para burlar las reglas, normas y leyes establecidas de acuerdo con la moral social. Y llega un momento en que los abusivos parecen tener el control.

En la actualidad, buena parte de la sociedad ecuatoriana está indignada tanto por la cuantía como por la saña con la que actúa la delincuencia organizada en perjuicio de lo público y de la población, y no atina a quién demandar la depuración de la administración de justicia que, con sus omisiones, ha dado muestras de no ser cabalmente imparcial y oportuna.

Solo sancionando a quien delinque de manera ejemplarizadora en todos los casos, sin concesiones, es como realmente se estará trabajando sobre la prevención del delito. Para ello debe haber independencia, pero también hace falta que quienes conocen la razón de las leyes sean los primeros en exigir que los administradores de justicia, en su práctica diaria, ejerzan con fidelidad los principios de respeto a la vida, a la libertad, a los deberes y bienes de las personas.

Esa es la manera de estar del lado de los justos y ser justos. (O)