Siempre he querido a las plantas, pero ahora nos hemos hecho amigas entrañables. Desde que comenzó la cuarentena, pronto harán cuatro meses, las riego muy temprano, apenas amanece. Doy vuelta a sus hojas para observar que no tengan pulgón blanco, las limpio con cuidado y lavo sus hojas de la polución de la avenida Barcelona.

Casi sin que lo notara, un jazmín que se estaba secando formó un pimpollo inmaculado y rutilante que en pocos días llenó todo el ambiente de perfume. La orquídea que hacía cinco años no florecía, orgullosamente fabricó una flor enorme, primero trémula y luego robusta. Observamos cómo abría sus pétalos arrugados y luego despampanantes, con la fuerza de su fragilidad. No sabíamos cómo protegerla del sol inclemente, hasta que transformamos un paraguas en sombrilla. Recordaba a la rosa del Principito: “Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante”.

Los lazos de amor están llenos de flores, no quieren mucha agua, solo que lave sus hojas. Una de las plantas tiene más de 45 años, me la regaló una amiga antes de fallecer. Las veraneras que habían sido podadas crecen apresuradas pero frágiles como el cristal, y el centavito se extiende por todas partes, cuelga de las macetas y sirve de cama a la gata cuando sale a tomar el sol. Un rosal que siempre tenía por lo menos un pimpollo, hoy tiene 16. Todos los días forma otro, el pimiento que se atrevió a nacer ya tuvo su primer cosecha y la albahaca es la más consentida, se ha hecho enorme, pero si no la riegan a la hora acostumbrada se marchita y decae, de lo contrario llena el aire con el fuerte olor de sus hojas.

Aprendo a saber qué lugar les gusta y que compañía prefieren. Han nacido habas, cebollines, ajos y tomates, sentarse por las mañanas un momento con ellas es como sentir un imán que recorre sus ramas y mi cuerpo. Hace años en Cuenca conocí a una mujer que hablaba con las plantas y estas se movían como si fuera una brisa. Y a un anciano que todas las mañanas salía a saludar a las plantas de su jardín y las bendecía. Cuando él estaba enfermo, era fácil saberlo, las flores de las enredaderas se marchitaban y se caían.

Por eso cuando supe que el artista Eugenio Ampudia inició las actividades del Liceu de Barcelona el 21 de junio con un concierto para 2292 plantas, colocadas en todos los asientos del teatro, me conmovió. La obra Crisantemi de Pucini fue interpretada por un cuarteto de cuerdas que las saludó y luego fue aplaudido por un fondo de agua. Era una manera original y provocadora de expresar la comunión con la naturaleza que la actual epidemia ha hecho más consciente en la humanidad. Después del concierto, todas las plantas fueron donadas a profesionales sanitarios que trabajaron durante los últimos meses para frenar el coronavirus. Vi el documental de Netflix Bailando con los pájaros, y me llenó de sonrisas, me confirmó algo que siempre he sentido sin lograr expresarlo con toda su contundencia. La vida triunfa no solo por la ley del más fuerte, del que compite y gana, sino por la belleza, la paciencia, el trabajo en equipo, la espera del momento oportuno. En la naturaleza no solo se lucha por sobrevivir, sino que se coopera, se ama. Tan importante como amar es dejarse amar, dice el Principito. (O)