Por Gayle Allard *

La recesión global más importante en décadas está de camino, y los bancos centrales han respondido con todo el arsenal a su disposición. Los tipos de interés han bajado a cero, y se ha vuelto a una política de la expansión cuantitativa (QE), comprando activos públicos y privados de todo tipo para intentar animar a los bancos a prestar, y a las familias y las empresas a gastar. ¿Qué más se puede hacer? Algunos economistas dicen que para salvar las economías habría que llegar más lejos y bajar los tipos de interés a tasas negativas.

Siempre hemos sido reticentes a utilizar tipos de interés negativos por los extraños incentivos que se podrían generar. Se castigaría a los ahorradores mientras se premia a los gastadores, pagándoles por endeudarse. El resultado podría ser una huida de depósitos, para evitar las tasas a los ahorradores por dejar el dinero en sus cuentas. Al mismo tiempo los bancos dejarían de generar ingresos con los prestamos. Muchos economistas han argumentado que simplemente no se puede hacer.

Sin embargo, ahora hay voces influyentes, como Kenneth Rogoff de Harvard University, que reclaman una política de tipos de interés “profundamente negativos” —de -3% o más— como la única herramienta efectiva para luchar contra la recesión provocada por el COVID-19. Rogoff argumenta que bajar los tipos de interés a tasas negativas tendría el mismo efecto que una bajada de tipos normal: animaría a las personas, empresas e instituciones a pedir dinero prestado y gastarlo en vez de acumularlo en depósitos. Él añade una ventaja más: podría salvar a muchas instituciones, empresas y hogares del impago, dándoles ingresos provenientes de los tipos negativos para poder seguir pagando sus deudas. En efecto, esa política pasaría parte de la carga de toda la deuda acumulada en los años de crisis a los acreedores, cosa que siempre se ha reclamado.

Aunque nunca se ha llegado a los niveles de -3% o más que Rogoff recomienda, ha habido experiencias con tipos de interés negativos. En Europa, la crisis financiera seguida por la crisis de la eurozona llevó a algunos bancos centrales a reducir el tipo al que se remuneran los depósitos de los bancos comerciales a menos cero. El Banco Central Europeo (BCE) bajó el tipo de remuneración de depósitos a -0,1% en el 2014, y lo ha seguido bajando hasta llegar al -0,5%. Le siguieron los bancos centrales de Suiza, Suecia y Dinamarca, algunos de los cuales bajaron hasta el -0,75%. En Japón, la lucha contra el estancamiento y la deflación llevó al banco central a recortar tipos al -0,1% en 2016. El único país que ha entrado y luego salido del territorio negativo ha sido Suecia, que recientemente anunció que abandonaba su política de tipos negativos para volver al cero. Mientras tanto, en EE.UU. el presidente Trump ha animado a la FED por Twitter a bajar los tipos por debajo de cero, pero Jerome Powell ha dicho que es un paso que él no contempla.

¿Han servido de algo estos tipos negativos? No está claro. Algunas investigaciones del BCE han revelado que sin los tipos negativos, la economía de la Eurozona hoy en día sería un 3% más pequeña, con dos millones más de personas sin trabajo. El Riksbank sueco atribuye a su política de tipos negativos la salida de la economía de la deflación. Sin embargo, se siguen recogiendo datos y experiencias para llegar a una conclusión definitiva. No está claro que se haya animado la inversión, y pueden haberse presionado a la baja los beneficios de los bancos, que ahora tienen que pagar al banco central por mantener sus depósitos allí. Los bancos europeos reportan que han pagado €25mm al BCE desde el 2014 como consecuencia de los cargos sobre sus depósitos en esta entidad. Los economistas advierten además que puede haber un “tipo de inversión” negativo (aun no identificado) más allá del cual los bancos simplemente dejarían de prestar dinero.

¿Quién se beneficia de esta política? Los gobiernos son beneficiarios claros, ya que su endeudamiento ha aumentado considerablemente en los últimos años y dará otro salto durante la crisis actual. Sin embargo, los sistemas de pensiones sienten la presión de retornos negativos sobre parte de sus activos, sobre todo dado el rápido envejecimiento de la población y la subida del paro debido a la crisis del COVID-19. Este efecto eventualmente pondrá más presión sobre el gasto público, sobre todo en una etapa de rápido envejecimiento demográfico. En casos como Suiza, donde los tipos negativos se han utilizado principalmente para frenar la subida de su moneda, las empresas se han beneficiado de una moneda más barata que les ha ayudado a exportar más.

A nivel particular, ¿qué efectos podrían producirse si los tipos entraran en números negativos? El experimento hasta ahora se ha centrado en los bancos, que han tenido que pagar al banco central por sus depósitos. Entre los clientes particulares de los bancos, hasta ahora sólo las cuentas muy grandes se han visto obligadas a pagar por sus depósitos (un tipo del -0,6% se ha aplicado a las cuentas más grandes en Dinamarca). Si los bancos comerciales trasladaran los tipos negativos a las cuentas de ahorro normales –cosa que no han hecho en ningún sitio hasta ahora–, las familias tendrían desincentivos para ahorrar. En ese caso empezarían a guardar sus ahorros en casa, o a invertirlos en activos que generasen algún retorno, como los inmobiliarios. La familia media vería reducidos los cargos por intereses de su tarjeta de crédito (actualmente los tipos de interés cargados por las tarjetas siguen en dos dígitos en la mayoría de los países a pesar de la bajada de tipos oficiales). Y por supuesto, saldrían ganando a la hora de pedir prestamos, ya que los tipos de interés serían muy bajos aunque no fueran negativos. Si llegaran a ser negativos, como en Dinamarca, donde los que piden hipotecas para comprar casa ahora reciben una bonificación del banco en vez de un cargo por intereses, podría producirse una subida importante en el precio de los activos inmobiliarios, como ha ocurrido allí.

También existiría el riesgo de que los particulares sufrieran el lado negativo (pagar por sus depósitos bancarios) sin beneficiarse de los efectos positivos (bajada de tipos de interés en préstamos al consumo o tarjetas de crédito). En muchos países europeos los bancos siguen cobrando un tipo de interés del 7-8% en los créditos personales, incluso con tipos oficiales próximos al 0%. La prima de riesgo de los créditos al consumo podría incluso subir como consecuencia de la crisis económica y ensanchar más la brecha actual respecto a los tipos oficiales.

Por otra parte, no parece probable que se vean tipos de interés negativos en los países latinoamericanos, por lo menos de momento. Incluso si la FED cambiara su postura y colocara sus tipos en números negativos, América Latina paga una prima de riesgo, con lo cual un tipo de interés del -3% en EE.UU., por ejemplo, se traduciría a un tipo positivo para muchas instituciones latinoamericanas. Sin embargo, los tipos de interés más bajos serían una gran ayuda para animar las economías latinoamericanas, dada la profundidad esperada de la crisis del COVID-19. Y podrían ayudar a los gobiernos a seguir pagando los intereses de la deuda pública en tiempos de crecimiento bajo o negativo. Por el lado desfavorable, los tipos de interés negativos podrían restar fuerza a las monedas de los países más ricos, haciendo más difícil a los emergentes exportar sus productos.

Es evidente que la experiencia con los tipos de interés negativos es aún muy limitada. Sólo el tiempo dirá si entrar en intereses negativos sigue provocando los efectos tradicionales de la bajada de tipos, animando a los agentes económicos a gastar más y levantando la demanda. Sin embargo, como todo en la economía, seguro que el efecto es más complejo, y habrá consecuencias secundarias que pocos habrán sabido anticipar. (O)

* Profesora IE Business School.