Una maestra pedalea su bicicleta con la pizarra al hombro para visitar a sus alumnos impedidos de conectividad, como muchos a quienes la pobreza los priva de servicios básicos y tecnología. Otros, impagos, intentan agarrar señal de instituciones públicas desde la calle para contactarse con sus estudiantes, desnudando la brecha digital e inequidad en un país en crisis económica, política, social, ética, agravada por una pandemia que complica el panorama.
Salud, empleo, educación son sectores perjudicados por indolentes que se aprovechan de vivos y muertos, niños y ancianos; burlan la Constitución, la democracia, las leyes; condenan un país con recursos a la miseria y a más peso en la mochila del pueblo. Años atrás estas contenían golosinas, útiles, ilusiones; loncheras y mudas obreras; costuras de la abuela; cachimbas y semillas campesinas. Hoy, la corrupción e impunidad las llenan de hambre, deudas, rabia.
Recortes salariales, desempleo, planillas de servicios básicos excesivas afectan la salud mental de un pueblo ya agobiado por sus enfermos, sus muertos, por una institucionalidad corrupta y el lento actuar de la justicia presionada por la ira ciudadana. Es necesario revertir el escenario de una clase política sin credibilidad; enmendar el rumbo del gobierno acorralado, acusado de dirigir con inexpertos y traspasar el peso de sus errores a la mochila popular; reactivar la economía sin violar conquistas laborales ni afectar el presupuesto educativo; depurar la Asamblea llamada a legislar, fiscalizar, hoy con parlamentarios envueltos en corruptelas, ante la impresión ciudadana de que se cubren las espaldas.
Es momento de un acuerdo político tendiente a una reconstrucción nacional, para enfrentar decididamente esta aciaga realidad y refundar una institucionalidad libre de corrupción, donde los jóvenes tomen la posta en una patria desinfectada, vestida de nueva democracia, porque la idealizada, de “gobierno del pueblo”, según Jorge Rodríguez, expresidente de la Comisión Nacional Anticorrupción, “...llegó a su fin o por lo menos aparece así, cuando el Estado solo ha sido capaz de defender los derechos de grupos de poder y ha usado el voto obligatorio, para certificar a los siguientes asaltantes del aparato estatal”.
Cada dólar robado a las arcas fiscales hace más pesada la carga ciudadana; significa menos recursos para salud, educación, vivienda, empleo; demora en el pago de las pensiones jubilares; retraso en obras públicas; menos apoyo a los agricultores; menos dispensarios médicos; escuelas sin equipos ni conexión. Muchos jóvenes, tras el sacrificio familiar para el móvil o notebook, pescan una señal para doblar la mano al destino. Esperanza de nuevas mentes éticas, armadas de valores, solidaridad, que promuevan el bien común, la honestidad en la cosa pública y privada; materia prima del tejido social, del nuevo ciudadano formado para servir, no para servirse del Estado. Esa valiosa semilla lucha, se arriesga, estudia en cerros, entre pajonales, sobre los árboles, retan a la adversidad, sueñan un horizonte alentador, mientras sus pesadas mochilas cuelgan de las ramas, aún con un poco de miedo. (O)