89. No puedo respirar. Esta expresión la habrán dicho cientos de miles de enfermos de coronavirus. Pero en estos días de cuarentena mundial se recordarán como las últimas palabras de George Floyd, poco antes de morir el 25 de mayo de 2020 durante un arresto en Mineápolis, Estados Unidos, sometido por la rodilla de un policía sobre su cuello durante siete minutos. En los días siguientes no han parado manifestaciones, incendios, vandalismo por indignación. ¿A esta supuesta normalidad se quiere volver?
90. ¿Volver? Si nunca nos hemos ido. Más bien me preocupa que se desarrolle el síndrome de Estocolmo: depender de quien te secuestra, tener nostalgia del encierro, de las cuatro paredes de casa. Habrá que tener un oído muy fino para las secuelas.
91. Con la peste de Atenas, como recuerda el historiador de la medicina Frank Snowden, se derrumbaron los logros del gran demócrata Pericles, quien murió de esa peste. No hay político que se salve. No hay oposición que deje de aprovecharlo. Ambos serán olvidados.
92. He recordado a Wakefield, el personaje del cuento de Hawthorne, que un día decide marcharse de su casa, dejando a su esposa durante veinte años, pero escondido en la acera de enfrente, observándola, incluso como viuda inaudita. Hasta que un día decide volver. El cuento termina cuando Wakefield, el observador, entra en su casa.
93. “No seguiremos a nuestro amigo a través del umbral”, escribe Hawthorne al final del cuento. Y añade: “En la aparente confusión de nuestro mundo misterioso los individuos se ajustan con tanta perfección a un sistema, y los sistemas unos a otros, y a un todo, de tal modo que con solo dar un paso a un lado cualquier hombre se expone al pavoroso riesgo de perder para siempre su lugar”.
94. ¿Perder para siempre un lugar? De nuevo, cuánta pretensión con la fijeza, la posesión, el dominio. Huéspedes es lo que somos. A veces, también, anfitriones de virus.
95. Le preguntaban a Nabokov si se quedaría viviendo definitivamente en Suiza, luego de vivir en Checoslovaquia, Alemania, Francia, Estados Unidos. Nadie se quedará viviendo “definitivamente” en ninguna parte, respondió el autor de Habla, memoria y Pálido fuego.
96. Uno agradece cuando alguien confiesa tener miedo del contagio, de la muerte. La valentía urge en otros escenarios: contra la corrupción, la mentira, la demagogia, la negligencia, el nepotismo.
97. Se acaban estos fragmentos. Para mí han sido un respiro. Tarde o temprano volveré a ellos como quien lanza anzuelos de su propio miedo en el involuntario abismo de la memoria.
98. Y decir gracias. No sé a quién. No creo en dioses. Creo en ti que me lees, y que hemos sobrevivido, al menos un tiempo más. Ahora toca honrar a los muertos. Recordarlos. 374 335 según Worldometer el 1 de junio.
99. La mayor gratitud es recordar. Decir gracias: evocar lo recibido.
100. El verbo recordar se abre como un abrazo. Su etimología habla de un corazón (cordis) que vuelve de nuevo (re) al escenario de la vida. (O)