Seguramente Quito temía un rebrote de la temible “gripe española”, que en 1919 hizo estragos en la capital andina. Ernestina nació en 1920. El país perdía la relativa prosperidad que tuvo desde fines del siglo XIX y se precipitaba en una de sus peores crisis. Ella cumple cien años en medio de los terrores del coronavirus, cuando el país va en caída libre hacia un nuevo periodo de miseria. Es la primera persona centenaria que he tratado. En Cotocollao conocí a doña Virginia Carrión, pero yo era un niño pequeño que poco podía apreciar el significado de que alguien haya vivido un siglo. Entonces eso era un fenómeno excepcional, hoy se ve más, pero no por ello es menos celebrable. Tiene nueve nietos, tres de ellos son mis hijos, bisnietos y tataranietos.
La quiebra de los años 20 pulverizó el sistema liberal monopartidista (en los hechos lo era), este sismo se llamó la Revolución juliana. Nos extraviamos buscando la modernidad. Se implantó un fascismo con ribetes socialistas, mientras que hoy intentamos olvidar un socialismo con toques fascistas. En todo caso, en esos años llegaron las reformas veleidosas que crearon un Estado intervencionista y asistencialista, que acostumbró a la población a la mendicidad. La culminación de ese proceso, unos tres lustros después, fue la peor de sus creaciones, se llamó Código del Trabajo. Todavía estamos encadenados por este despropósito. El desafío de las generaciones nuevas será remover las ruinas de ese Estado fracasado y edificar algo mejor en su reemplazo. Espanta pensar que con diferencias y con similitudes repitamos la historia. Leer los periódicos de todo el subcontinente es una costumbre decepcionante, porque se ve repetir sistemáticamente los mismos errores: devaluaciones, proteccionismo, paternalismo, populismo...
Lo que ella podrá ver en la coda de su vida determinará si este siglo será un bis del anterior, que salvo el breve periodo de 1946 a 1960 debe calificarse de la centuria perdida... ¿como la que la precedió? No del todo porque entonces tenían la válida excusa de que era un país recién fundado. El siglo XX empezó con dos errores: la persecución religiosa y el rechazo del laudo del rey de España, sus consecuencias las pagamos durante décadas.
¿Vale la pena vivir cien años? Aparte de la buena salud, que por fortuna se da en el caso que nos mueve a esta reflexión, lo importante es una actitud atenta y asombrada. No son agradables esos valetudinarios cuya disposición permanente es desdeñar lo que el presente expone ante sus ojos, como algo ya visto o inferior a lo que vivieron. Pero tampoco se aprecian esos veteranos que aplauden cualquier novelería solo por ser nueva. No hay que desdeñar, ni permitir que se desdeñe, la propia experiencia, la reposada sabiduría de los años que sabemos lo que nos ha costado. Ni imponerla como dogma, porque ha sido solo una de las vías, una de las vidas posibles, en un Universo que siempre se abrió múltiple y diverso. Que la nostalgia no mate nuestras ilusiones, así, cualquiera que sea nuestra edad, valdrá el esfuerzo. (O)







