El secretario del Tesoro, Salmon Chase, hacía una eficiente pero ruidosa administración de su cartera. No faltaron los que advirtieron al presidente Abraham Lincoln sobre esta situación que, según decían, surgía del propósito de Chase de ser electo presidente más adelante. Lincoln replicó con una anécdota que delataba sus orígenes campesinos. Siendo joven, junto con su hermano trabajaban con un arado tirado por un caballo al que no conseguían acelerar. De pronto, el jamelgo arrancó en veloz carrera. Lo siguieron, cuando se detuvo, Abraham notó que el inopinado galope se debía a que un tábano picaba al cuadrúpedo y lo aplastó de un manotazo. Su hermano le dijo que no debió hacerlo, pues gracias al insecto, el caballejo había trazado con rapidez un surco perfecto. El presidente dijo que si a Chase lo había picado un “tábano presidencial” y debido a eso estaba haciendo un buen trabajo, no iba a matar al bicho.
La benevolente opinión del mandatario reconocía el derecho de un funcionario a lucirse con una buena administración por más que lo haga con ambiciones electorales. Vemos que el vicepresidente del Ecuador, Otto Sonnenholzner, está desempeñando con eficacia y dinamismo las funciones que se le han encomendado. ¿Lo acosará un “tábano presidencial”? Si es así, no es malo, mientras no use indebidamente en tal propósito recursos del Estado. Pero cabe preguntar si tal energía y diligencia en realidad se están empleando en una buena gestión, es decir, en una serie coherente de acciones beneficiosas para el país. Difícil hacerlo en un régimen que ha perdido el rumbo. Está bien que por unas pocas semanas se repartan “kits humanitarios”, pero esa no puede ser una política permanente. Y menos justificar con esa ayuda, que debe ser puntual, la imposición de exacciones, dando a los recaudadores poderes inusitados, jamás concedidos en el Ecuador. Cuando se terminen en cortísimo plazo las medidas de excepción, lo que se necesitará es producción y empleo, generación de divisas y emprendimiento. Pero las medidas dizque “humanitarias” parecen pensadas en ahogar la confianza y la armonía social indispensables para que el país retoñe después del feroz temporal.
He visto en entrevistas al vicepresidente Sonnenholzner defender lealmente al Gobierno. Con una lealtad que no han tenido con él. El joven mandatario debe tomar en cuenta que no es un ministro al que el presidente ha nombrado para ser parte de su equipo. No, él es un funcionario electo constitucionalmente y como tal no se debe a ningún “equipo”, sino antes que nada a la nación. Y no solo que puede, sino que debe discrepar cuando el régimen equivoque el rumbo. Cuando no se han cumplido los cuarenta años no creo que el propósito de una gestión sea llegar, prácticamente como sea, a la próxima transición electoral. Alguien picado digamos por el “tábano político” a esa edad debe soñar con hacer historia, impulsar transformaciones y reformas que dentro de pocos meses ya no serán posibles de hacer. Si en efecto tiene ese “estro”, que significa tábano pero también inspiración ardiente, tiene una oportunidad única y es el único que tiene esa oportunidad. (O)