Mucho se ha hablado del azote de la pandemia en Guayaquil, de las dolorosas escenas de fallecidos sin recoger por las autoridades competentes, de cómo en Guayaquil no hay nadie que no conozca a alguien que haya muerto –al menos– por sospechas de haber tenido COVID 19.

Mientras finalmente, el número de víctimas del coronavirus comienza a descender en el Puerto Principal, y en general en el Guayas, nuevas zonas empiezan a entrar a la etapa crítica de contagio en nuestro país. Manabí y Santa Elena están pasando por momentos muy difíciles. Quito vive ahora bajo la amenaza de que la situación se salga de control y convertirse en un escenario tan dantesco como Guayaquil. De ahí que las autoridades municipales de la capital no suelten las restricciones tan fácilmente.

El COVID-19 ha venido para quedarse durante algún tiempo entre nosotros, lamentablemente, y mientras tanto, la gran mayoría de nosotros nos preguntamos cómo será nuestra cotidianidad en el mañana. Muchos se preocupan por el futuro económico, que no pinta nada bien. Creo que ya hay muchas mentes ávidas en esa discusión, y por ello voy a atreverme a reflexionar sobre lo que acontece en el rincón más remoto de nuestro país: las islas Galápagos.

Lamento no compartir el optimismo de algunos expertos sobre el resurgimiento del turismo en el mundo, una vez superada la pandemia. En estos momentos esa es una de las actividades más golpeadas en el planeta junto con las aerolíneas. Con el desplome actual de turistas a nivel mundial, ciudades como Quito, Cuenca y Guayaquil han perdido muchos ingresos económicos. Pero, de todas las provincias del país, es Galápagos la única que tiene un noventa por ciento de sus actividades directas e indirectas relacionadas con el turismo. Quizá el único lugar que se encuentra en similares condiciones es Baños, en Tungurahua, donde muchos propietarios comienzan a remodelar sus hoteles para arrendarlos como departamentos.

Como en los demás ámbitos económicos, en todas las provincias, la recuperación económica será lenta en Galápagos, pero desde ya se debe pensar en una estrategia. Afortunadamente, no existe un solo tipo de actividad turística. El archipiélago de Colón conoce muy bien dicha diversidad, y sus diferentes poblaciones se han especializado con el paso del tiempo: en Santa Cruz se da más el turismo mochilero, mientras que San Cristóbal es más preferida por el turismo de personas de edad avanzada, que prefiere mejores acomodaciones y recorridos que no exijan tanto esfuerzo físico.

Irónicamente, hay un tipo de turismo que se ha mantenido en su mínima expresión y es el que muy probablemente pueda levantar la economía galapaguense: el turismo científico. Siendo un lugar tan relevante para la comunidad científica, Galápagos podría abrirse para aquellas instituciones dedicadas a la investigación científica. El turista científico es más consciente del impacto que produce su presencia en las islas y, por ende, procura reducir el daño que causa con sus consumos y desechos. Es un turismo a largo plazo y requiere muchos de los servicios turísticos ya existentes en las islas.

Que Galápagos se convierta entonces en el gran laboratorio de investigación de la humanidad. (O)