Opinión internacional

No sé si es la cantidad de personas muertas o el confinamiento obligatorio con sus limitaciones del consumo lo que fuerza a una mirada interior y holística de un mundo nuevo que busca explicaciones y lecciones de esta pandemia. O es que sea, probablemente, ambas cosas. El mundo que conocíamos se basaba en la capacidad de consumir y el valor de las personas se movía en relación con esas variables. Hoy está parado gran parte del mundo, el retorno al paleolítico (inicio de la agricultura y el uso de los metales) de Octavio Paz, que calificaba a ese momento como el único instante que “el hombre fue feliz”, resulta perturbante por lo menos. No sé tampoco cómo el nobel mexicano podría medir esa fugacidad tan etérea como la felicidad. Lo cierto es que seguimos viviendo porque la tierra produce los alimentos que consumimos, que pasa a ser más importante que los planes de esos supermillonarios de pagar millones de dólares a Ellon Munsk por un viaje espacial. El mundo ha estado distraído en cosas que con esta pandemia muestran su absoluta fugacidad o intrascendencia.

Debemos volver a concentrarnos en el ser humano, en su dimensión más amplia. A esa que nos permita visualizarlo más allá de los números de las estadísticas con las que maquillábamos una realidad dominada por el egoísmo, la codicia y la desigualdad como resultado. No era un mundo justo, ciertamente, pero sobre todo era profundamente inhumano. La concentración de la riqueza en una pequeña porción del mundo con valores absolutamente fuera de cualquier racionalidad, como la del dueño de Facebook cuyo valor en bolsa –fugaz, es cierto– alcanzaba 800 000 millones de dólares en algunos días, no tiene ninguna sustentación valorativa ni trascendente para el ser humano. Esa comunidad virtual no puede valer ni imaginariamente todo el PIB de Sudamérica junto, exceptuando el de Brasil.

El confinamiento nos mostró el valor de profesiones mal pagadas y subvaloradas por muchos países, como los médicos, enfermeras, conductores de ambulancias, sepultureros, policías y agricultores. Mirados siempre de soslayo por la política, cuya eficacia mostró incluso en tiempos de pandemia que no pasaban de robar los escasos recursos dirigidos a luchar contra el virus. Nada de humanismo para muchos que solo ven oportunidades delictivas incluso en la tragedia y la muerte.

Vamos a cambiar a fuerza de realismo. El grave retroceso de la economía obligará e pensar las cosas desde perspectivas diferentes. Aquellas que sabíamos debían ser abordadas pero que eran pospuestas permanentemente porque había otras “urgencias” que atender. Será también el momento de elegir administradores del Estado diferentes que tengan claro el sentido del servicio y que sean capaces de redescubrir el valor de lo público en la salud, la educación y el cuidado del medioambiente.

No es poca cosa lo que nos acontece a nivel global. Los soberbios han sido derrotados por los humildes trabajadores que siguen haciendo su labor por mucho tiempo invisible y sin valor. Los que recolectan las basuras al sonido de temas clásicos en algunas ciudades constituyen toda una metáfora del mundo nuevo que nos da como oportunidad construirlo luego de esta pandemia. No desperdiciemos poner de nuevo al ser humano en el centro de todo.

(O)