Abandonar el campo jurídico, instalarse en el de la conspiración. Palabras más, palabras menos, de ese tenor es la orden recibida por las sumisas huestes de lo que queda de la revolución ciudadana. De forma unánime, como lo han hecho siempre y como corresponde a las milicias que están entrenadas para no pensar, han repetido hasta el cansancio la consigna emitida por su ya sentenciado jefe de tirarse abajo al gobierno. Incluso, el exvicecanciller Lucas, olvidando la terrible experiencia de su país de origen, no tiene empacho en llamar abiertamente al golpe militar. Razonando con la lógica de organismos parasitarios, encuentran en el COVID-19 al aliado ideal, el que crea las condiciones para que se instale el caos y gane terreno la desesperanza entre la gente. Mientras más personas se contagien y mueran, más rápido madurarán las condiciones objetivas de las que hablaba Ricardo Patiño, el obediente operador de las tareas pedestres, en su última arenga en territorio ecuatoriano. No hay dónde perderse, la estrategia es clara y no la esconden.

Pero la claridad que se observa en ese lado no tiene contraparte en los otros que conforman el espectro político nacional. El gobierno está volcado a lo inmediato. Tiene como única misión controlar la expansión del virus, y debe hacerlo con recursos limitados, con un sistema de salud desmantelado y con la presión de una ciudadanía que clama por soluciones inmediatas, mientras le llueven las críticas por su inexperiencia (como si algún gobierno tuviera experiencia en el manejo de este tipo de situaciones). Los partidos y movimientos políticos, con contadas excepciones, apuntan sus baterías contra el gobierno o hacen cálculos en un silencio que no corresponde a la gravedad del asunto. Las organizaciones sociales levantan la voz de sus agremiados sin mirar el panorama completo. Pocas autoridades de los gobiernos locales se integran a la acción gubernamental, mientras otras ponen trabas a la acción del Gobierno Nacional siguiendo el ejemplo temprano de la alcaldesa de Guayaquil (a quien hay que pedirle la receta de su rapidísima curación). Las iniciativas de empresarios privados –con plata, como debe ser– son la excepción.

Quienes miran con seriedad el asunto centran sus análisis en las medidas sanitarias y en la economía. El pensamiento predominante en el mundo entero en estos momentos es el de los médicos y el de los economistas. La preocupación gira en torno a las maneras de combatir al virus y en las medidas que serán necesarias, una vez que pase la epidemia, para recuperar por lo menos medianamente las condiciones de vida de la población. Ello debe ser así, pero no se puede dejar de lado la tarea política. La erosión de la democracia, revisada en la columna del lunes pasado, es una amenaza que debe ser combatida antes de que cobre más fuerza. En nuestro caso particular, la conspiración en marcha exige aplicar una estrategia coherente y efectiva para neutralizarla. Es un virus que no se combate con unos cuantos mensajes en las redes. Exige decisiones y acciones colectivas y efectivas. (O)