Como era de esperarse, la pandemia ha puesto a los gobernantes del mundo bajo un fuerte escrutinio ciudadano, especialmente al observar el desborde de los sistemas de salud pública y el manejo de la economía frente a la crisis; en ese contexto, circuló hace pocos días una medición en la cual se valoraba el desempeño de diversos presidentes de América Latina, encontrando una marcada disparidad toda vez que si bien algunos mandatarios han fortalecido su imagen de liderazgo, otros son objeto de fuertes cuestionamientos debido a su errático accionar.

Por supuesto, se podrá argumentar que tales mediciones suelen ser sesgadas e imprecisas, pero hay ejemplos tan evidentes de liderazgo que no admiten otras lecturas, como es el caso del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, con el 97 % de aprobación, al que se suman otros mandatarios como Giammattei, de Guatemala, y Fernández, de Argentina, con importantes niveles de respaldo; Martín Vizcarra, presidente del Perú, alcanzó el 87 % de aprobación, mientras inclusive la alicaída imagen de Sebastián Piñera, mandatario chileno, ha tenido un repunte y alcanza el 21 % de calificación política. La medición también señala que, por otra parte, el presidente brasileño Bolsonaro ha sufrido una importante caída en su imagen en gran medida debido a su necedad de ignorar la gravedad de la situación, recordando la estúpida frase que expresó al referirse a la “gripecita”, señalando que “van a morir algunos; van a morir, lo siento”.

Desafortunadamente, el presidente ecuatoriano es el peor calificado respecto de su reacción frente a la crisis de la pandemia, con marcados cuestionamientos acerca de su liderazgo y dudas respecto de varios temas, tales como la aplastante imprevisión oficial (¿qué costaba importar 5000 ventiladores, un millón de mascarillas y otros implementos médicos a fines de enero?), la designación de autoridades improvisadas (¿no se percataron de las limitaciones de la exministra de Salud, del presidente del Consejo Directivo del IESS?), las fallas en las medidas iniciales de contención (¿era necesario que se juegue el partido de la Libertadores con público?), las carencias de la comunicación oficial (¿no pueden ser más claros en la precisión, que el número de infectados y fallecidos que aparecen diariamente en el informe de Riesgos solo responde a un número limitado de exámenes y que, por ende, es inexacto respecto de las cifras reales?), el caos de logística en la recolección de cuerpos, la tardanza en la importación de miles de reactivos y materiales para los exámenes del virus, la indefinición de las medidas de rescate económico para los sectores más vulnerables que dependen de su trabajo cotidiano.

Señalar los errores y omisiones del Gobierno no significa, de ninguna manera, plegarse a la miserable intentona de Correa y sus acólitos de propiciar aún más el caos y descontento en estos duros momentos por los que atraviesa el país, allá ellos en su desquicio. En estos momentos lo que necesita el gobierno de Lenín Moreno es rectificar sobre la marcha, entendiendo que el sentido de la urgencia nacional ha tocado los límites en los cuales la interlocutora de la desesperación empieza a ser la muerte, y eso es triste, muy triste. No hay mucho tiempo para evitarlo. (O)