Los insistentes consejos de médicos y autoridades para que nos lavemos las manos han traído la memoria de Semmelweis Ignác en alguna referencia de prensa. Este científico húngaro, considerado el inventor de la asepsia, encontró que en el Hospital General de Viena en la sección de maternidad atendida por médicos, la fiebre puerperal causaba una mortandad que no se daba en las salas servidas por parteras. Tras experimentos y observaciones concluyó que esto se debía a la falta de higiene de los médicos, que atendían sin la menor desinfección previa, incluso cuando venían de hacer prácticas con cadáveres. Impuso así la obligación de lavarse con un químico antes de atender partos. Las muertes se redujeron a menos del 10 por ciento. Los facultativos consideraron que era humillante forzarlos a asearse. Semmelweis era muy inteligente pero pagado de sí mismo, ingenioso pero sarcástico. Impopular, fue apartado de sus cargos, en Hungría tampoco fue bien recibido a pesar del sistemático éxito de sus métodos. Una demencia lo llevó al manicomio y a una muerte temprana.

Supe de él en un libro del argentino Mario Bunge, uno de los mayores filósofos de América Latina. De sus obras he leído pocas, dado que su bibliografía comprende más de setenta títulos. Pude conocerlo, lo entrevisté y tuvimos una conversación enriquecedora y agradable. No diré que era sencillo, era directo y preciso, al tiempo que mesurado y cortés. El genio incomprendido de Semmelweis hoy nos despierta simpatía, sin embargo, Bunge dice que sus detractores no actuaban solo por prejuicios y envidia. Según el húngaro, la fiebre puerperal era causada por partículas cadavéricas, no pudo demostrarlo y hoy sabemos que estuvo equivocado. Es un ejemplo de que no bastan los resultados repetidos para demostrar la validez de una tesis científica, esta debe tener un sustento que la explique. Hoy me habría gustado que, como filósofo de la ciencia que era, Bunge explicara la problemática semiótica que plantea el proceso de investigación de la pandemia de coronavirus y la búsqueda de su solución. Pero no podrá, murió el mes pasado, a los cien años de edad.

Hasta el momento, en la lucha contra el COVID-19, los aislamientos masivos, una experiencia nunca antes ensayada, por lo menos en esa escala, no arrojan resultados claros. Los casos de Italia y España parecen demostrarlo. Los países que han logrado cierto control en la pandemia han usado otros métodos. Es grave que en todas partes se haya politizado el tema. Para empezar porque los Estados imponen como verdad lo que es hipótesis y su negación es perseguida, no solo en China. ¿Qué parámetro se usará para determinar si las medidas de aislamiento tuvieron éxito? La pandemia pasará, tarde o temprano, ¿cómo se determinará que tal eliminación fue, en efecto, producto de las medidas sanitarias? No se puede achacar a la “falta de solidaridad” de la población las eventuales dificultades. Las características sociales, culturales, económicas de nuestra población están allí, el político, y también el científico, deben contar con ellas. Necesitamos determinar cuál será el costo humano y económico del camino escogido. ¿En qué punto se deberá decir “no se logró y desistimos”? (O)