… y de pronto, sin haberlo siquiera imaginado, sin tener un centavo ahorrado, llegó el hambre para él y su familia. Se le prohibió salir a la calle como lo ha hecho por años todos los días, a buscar alguna forma que le permita cubrir las más básicas necesidades de los suyos. Sus ingresos se volvieron nulos, sus dos verdes, la lata de atún y la libra de arroz que tenía para terminar la semana con las justas, ya se acabaron. Otras personas cuya situación económica se lo permite, se abarrotan en los supermercados para comprar todo lo necesario, y algo más, que les permita asegurar su alimentación para la próxima semana. Pocas personas sensibles procuran conseguir que quienes están en condiciones de hacerlo, compartan algo con los que morirán de hambre si no se los ayuda pronto. El Gobierno ha aplicado tibias medidas para paliar el hambre de millones, en parte por su compromiso social, y en otra por el temor de que el pueblo hambriento explote en una estampida que arrase con todo.
En las redes sociales, como lo han hecho siempre, principalmente se dedican a criticar todo: que Cynthia se equivocó, que es mentira que tenga COVID-19, que Ecuador será sancionado por cerrar el aeropuerto, que los guayaquileños son los culpables de la pandemia por no respetar el toque de queda, que el Gobierno está alterando las cifras de contagiados y muertos, que El Aromo se va a contaminar, que Vera es un patán, que Gilbert está loco, que Adum es cavernícola, y que ya mismo aparecerá Illingworth; y así con otros temas, que tal parece que les permite vencer el aburrimiento y desahogar sus preocupaciones. Cuando alguien propone por esos medios la solidaridad y buscar soluciones para resolver el problema del hambre, pocos contestan. Más fácil y divertido es criticar e insultar a otros que ni siquiera se enterarán del mal trato que les dan.
Existe un solo camino para remediar al menos parcialmente la crisis en la que todos hemos caído: Si la solidaridad que nace de manera espontánea no es suficiente, el Gobierno está obligado a exigirla. Todos aquellos que aún tienen la suerte de recibir un salario, sea de la empresa privada o del Estado, deberán sacrificarse. El Gobierno debe cuantificar el monto de los ingresos recibidos por los empleados formales, y los ingresos de los informales, y retener porcentualmente de los ingresos de los formales un valor tal que permita la alimentación de los informales. El nivel de tecnología que maneja ahora el Gobierno permitirá en corto plazo coordinar las retenciones y la distribución de las mismas entre los necesitados.
De no proceder de esta manera o cualquier otra que garantice la supervivencia de los más pobres, será muy difícil que ninguna autoridad, incluidas las fuerzas armadas, consiga que el contagio del virus se pueda controlar con la prohibición de movilizarse. Quienes no tienen un pan para llevarse a la boca y a la de sus hijos, jamás entenderán de medidas de control. (O)
Arnoldo Alencastro Garaicoa,
ingeniero civil, Guayaquil