Es cierto que este virus, esta cuarentena, esta tragedia está sacando lo mejor y lo peor de nosotros mismos.

Digo, lo mejor expresado en la solidaridad de quienes piensan primero en el otro para diseñar su día a día, y salen a cumplir una obligación que en ellos es convicción: médicos, periodistas, policías, bomberos, recolectores de desechos y así. Lo peor, expresado también en el egoísmo de una porción de esos mismos profesionales al buscar cómo hacer daño a lo público por sobre lo privado potenciando las deficiencias del servicio público de salud, último recurso “de los nadie”; desinformando con conciencia por intereses de grupo o de partido; golpeando atrevidamente al ciudadano porque ellos así lo aprendieron en sus cuarteles, y creen que así debemos aprender todos.

Lo mejor, porque nuevamente recorre ese sentimiento de unidad ante la adversidad; porque muchos nos hemos guardado para aportar a la solución, porque las condiciones así nos lo permiten, y si exceden la compartimos. Lo peor cuando brotan regionalismos públicos para descalificar y denostar desde nuestras cómodas posiciones de espectadores con alacena llena; vacaciones forzadas mientras el sueldo de fin de mes llega como por “obligación y derecho”; porque especulamos pese a la necesidad imperiosa de ser hoy, más que nunca, solidarios.

Encierro que ojalá nos haya llevado a ese viaje interior de cuestionarnos el hecho de vivir por inercia, lleno de rutinas de las que no nos salimos para evitar culpas inexistentes, blindados por el egoísmo para evitar la incomodidad de ver cómo sobrevive el otro; absorbidos por el consumo que mueve un carrusel en el que es mejor no desencajar, no vaya a ser que perdamos puesto y privilegios.

Encierro que ha desnudado a cierta clase política hoy rodeada por su falso servicio, falsa entrega, falsa solidaridad. Entes virtuales, nada más. Otra casta que sabe del momento exacto para lanzar el anzuelo, o más ambiciosamente las redes enteras.

Desde este azul con el que la naturaleza nos ha cobijado en la parte de cielo que nos corresponde en democracia, enviamos fuerza a la provincia que más conminada a la resistencia está: Guayas.

Poner intenciones y deseos positivos justamente sobre quienes están más afectados, golpeados y castigados por el coronavirus, elevará en el subconsciente las defensas que requerimos para combatirlo. Funciona, se llama “ser mejor persona”.

Pretender castigarla con rabia, con desprecio, solo expone la fórmula de la que está hecho el corazón. Nuestra familia necesita de nuestras intenciones, nuestra comunidad, nuestro país también.

Sobrecogen las posiciones que encuentran en el blindaje y la desconfianza la solución definitiva. Saquemos las lecciones que en esta ocasión ha puesto un diminuto agente en el organismo humano, y que pese a su imperceptibilidad amenaza a toda una especie que ha sido capaz de explorar los confines del espacio exterior y muy poco los del espacio interior.

Octavo día de cuarentena, dirán. Y una serie de memes nos arrancarán una falsa sonrisa que buscará llenar el vacío que cavan los miedos. Dejo a los expertos en economía las predicciones sobre el dinero; a los expertos en política los cálculos para las elecciones. Y pido una oración por todos los que la necesitamos. (O)