Durante algunos episodios de la historia de la humanidad, bacilos y virus han diezmado la población de la Tierra. Ya en nuestros días y cuando el planeta Tierra se había convertido en una aldea global, de la amplia familia de coronavirus una nueva cepa de ellos, el COVID-19, que no había sido encontrado antes en el hombre, ataca a la humanidad sin distinción de latitudes y razas, causando un impacto severo en la población y economía mundial.

El Ecuador no podía ser la excepción en padecer el azote de esta pandemia; no obstante, la primera reacción del Gobierno fue tardía y tímida, ante la eminente posibilidad del colapso recurrió certeramente a las medidas de excepción contempladas en la Constitución.

Esta pandemia enfrenta a todos los países a reaccionar con sus propios recursos, económicos y culturales, con sus propias realidades y potencialidades. Tanto la cultura cuanto los sistemas de salud de cada país, serán llevados al límite y ambos serán también fundamentales para salir con éxito de estas horas oscuras.

Entre tanto, el espejo de la realidad nos devuelve un penoso reflejo del subdesarrollo cultural que no se supera con dinero o universidades extranjeras, cuando los ciudadanos que estudiaban en ellas retornaron al país y al no guardar cuarentena alguna demostraron la enorme dosis de falta de ética, de ignorancia y una escasa capacidad de solidaridad con sus mayores y con su país. También nos devuelve una imagen grotesca respecto a nuestros servicios públicos de salud que existen en el imaginario del estado de propaganda que por años hizo uso el Gobierno de la década saqueada.

Por encima de una dirigencia de Liborios y de Tartufos y en algunos casos con pajes con librea o sin ella, es menester que la sociedad ecuatoriana salga por los fueros vitales de su propia supervivencia, debemos guardar estrictamente la cuarentena establecida, los toques de queda y reducir casi por completo el contacto social, tenemos que disminuir la curva de infecciosidad, así como pedir asesoría a países que ya superaron esta pandemia.

En el Macondo de los Cien años de soledad, el Gabo nos contaba que “cuando José Arcadio Buendía se dio cuenta de que la peste había invadido el pueblo, reunió a los jefes de familia para explicarles lo que sabía de la enfermedad del insomnio, y se acordaron medidas para impedir que el flagelo se propagara a otras poblaciones de la ciénaga”. Es de esperar que los jefes de familia de nuestro Macondo trabajen juntos en una sola dirección: vencer esta pandemia.

Por otro lado, hay cientos de ecuatorianos varados en todas las latitudes del mundo, a quienes se les ha prohibido regresar a su propio país de residencia, y más allá de todos los prejuicios y discriminación que se hagan, deben permitirles regresar con la presentación de un examen actual de COVID-19 y la necesidad de realizar una rigurosa cuarentena para evitar un falso negativo.

Entre tanto, la Meditación XVII de Devotions Upon Emergent Occasions, obra del poeta John Domme, es una lectura oportuna, cuando señalaba que nadie es una isla entera por sí mismo, todos somos parte de un conjunto, por eso es tan importante que las normas establecidas para enfrentar esta pandemia las cumplamos todos a rajatabla, “por eso no preguntes por quién doblan las campanas, están doblando por ti”. Ojalá que esta dura cuaresma que está viviendo el Ecuador y el mundo sea la Pascua más gloriosa de la que tengamos memoria. (O)