La paradoja más grande creada por la pandemia del coronavirus es sentirnos como nunca globalizados, habitantes de un mismo planeta, sin fronteras y conectados, y al mismo tiempo, vernos obligados a un confinamiento en el espacio más local e íntimo de nuestras casas, sin poder movernos. La globalización, que supone flujos y movimientos humanos planetarios, nos ha llevado a una extraña condición de aislamiento social. La fórmula para enfrentar el virus es no salir de casa. Mientras el virus saltó de Asia a Europa y de Europa a América Latina, atravesó fronteras y rompió rápidamente círculos epidemiológicos, las personas tenemos que confinarnos. La globalización nos ha lanzado a una experiencia extrema, contradictoria, con el cierre de fronteras nacionales y la prohibición de toda movilidad. El coronavirus encierra una paradoja: la conexión del mundo a través de un virus y el obligado confinamiento.

A su modo, la pandemia no ha hecho sino inscribirse en una tendencia que se vivía ya en los Estados Unidos y en muchos países de Europa hacia el enclaustramiento nacional, antiglobalizador, de la mano de los populismos de derecha. El mundo que saldrá de la pandemia se situará brutalmente en la contradicción ya señalada, con un cambio radical en las políticas de flujos humanos fronterizos. Es una segunda paradoja: mientras la crisis muestra la necesidad de mayor cooperación entre Estados para enfrentar los nuevos retos globales, los Estados se encerrarán en sus fronteras nacionales.

Trump expresa esta paradoja desde la estupidez y la arrogancia populistas. Ninguno como el presidente norteamericano ha hecho tanto, como criticaba hace pocos días el premio nobel de economía Joseph Stiglitz, para destruir el sistema de cooperación internacional. Su mente, plagada de muros y aislamientos para hacer grande a Estados Unidos nuevamente, pensó que el coronavirus nunca llegaría a su país. Las redes se llenaron en estos días de un corto video mostrando la cantidad de contradicciones de Trump sobre el coronavirus. Su política de efectos y espectáculo se refleja en el carrusel del mercado bursátil: nadie sabe a qué atenerse. A pesar del encierro nacionalista de Trump, el virus ya está en casa generando caos en Nueva York y otras ciudades, con reacciones tardías. Todos los héroes populistas del mundo globalizado, que minimizaron inicialmente el virus, saldrán mal parados de la pandemia.

Lo más seguro es que con este virus los movimientos poblacionales generados por la globalización se vean alterados severamente con nuevas y duras políticas migratorias. Caminaremos hacia un encierro soberanista, antiglobalizador. Los casos de Italia y España, dos de los países con mayor movilidad internacional mundial, marcarán el campo de acción futuro. Las cifras de contagiados y muertos se multiplican día a día, colapsan sus sistemas sanitarios, crece el miedo y se ven enfrentados al dilema de salvar a quienes tienen más posibilidades de sobrevivir y dejar morir a los débiles. Espeluznante.

En un contexto de un aumento de la desconfianza hacia el extranjero, de encierros fronterizos obligados, de rechazos a los flujos migratorios, la pandemia acelerará el retraimiento nacionalista. Paradoja nueva de la globalización que trae un virus desconocido: cuanto más necesitamos la cooperación entre Estados para enfrentar los dramas planetarios, más nos aislamos y recluimos para protegernos de una amenaza global. (O)