Como siempre ha ocurrido, esta pandemia del coronavirus será dominada y la pregunta que sigue es si el mundo será capaz de mejorar la situación de injusticia en que vivimos. La globalización de la economía mundial ha sido aprovechada, como siempre, por los países ricos y los desarrollados, que se siguen beneficiando de los términos del intercambio mundial. A pesar de los años transcurridos desde que se enunció como un medio de mejorar la situación de los países pobres, las cosas poco han mejorado: no nos pagan más por nuestros productos, por el banano, los camarones, las flores o el brócoli. El petróleo es un albur, a veces nos favorece y las más nos perjudica, como ocurre ahora. Somos un país extractivista, no agregamos valor a nuestros productos y quedamos expuestos a los volátiles mercados cuyos precios los fijan otros.

Después de la Segunda Guerra Mundial se creó el Fondo Monetario Internacional, con aportaciones de todos los Estados. Ahora tiene 194 países y Ecuador es uno de ellos. Puesto 98. Es una especie de banco que presta dinero y tiene la obligación de cobrar los préstamos que otorga. Su finalidad es mejorar las condiciones de vida de los seres humanos. Como todo banquero, el Fondo tiene sus condiciones. Los banqueros pueden ser crueles como Shylock, el mercader de Venecia, a quien nada conmueve, o benévolos, como fueron los Acosta del Banco Pichincha. Nosotros estamos empavorecidos porque tendremos que pagar miles de millones en los próximos meses y no tenemos cómo.

Aquí, los políticos son como canoas balumosas. Pocos son serios; los más viven a la caza de oportunidades. Los acuerdos patrióticos son imposibles. Requerimos consensos que nos permitan salir del hueco pestífero en que nos dejó el gobierno anterior, pero nadie quiere arriesgar un posible fracaso electoral, como si la gente votara con memoria y se acordara, por ejemplo, de los nombres de los asambleístas que aprobaron tal o cual proyecto. El pueblo vota por los demagogos y hay que dar gracias si estos son honrados y no se roban su dinero.

Me pregunto si será posible que, viendo las realidades de Ecuador, el Fondo pueda ablandar sus políticas y tener compasión de este pueblo que se equivocó eligiendo a los peores gobernantes de su historia, engañado por promesas de honradez y acierto. Esos pícaros que usaron el poder para robarle la vida, para dejarlo sin reservas ante el infortunio. Fueron tan perversos que para procurar impunidad corrompieron la justicia y enredaron los procedimientos. Todo ladrón hábil pretende no ser condenado borrando evidencias y escudándose en derechos que deben ser inviolables.

Después de esta pandemia, el mundo será muy distinto. Hasta las grandes potencias sufrirán por todas las actividades afectadas en los tantos días y meses irrecuperables. Será inteligente que esta crisis mundial desemboque en nuevos paradigmas que traigan justicia y equidad para todos los hombres. El tiempo transcurrido no vuelve. Habrá que empezar a reconstruir y crear de nuevo. Que haya lugar para la compasión.

(O)