El coronavirus prueba la reacción institucional, decisión política y organización comunitaria de varios países, para responder a una amenaza global, apocalíptica según unos, una simple gripe publicitada con objetivos financieros, para otros. Lo cierto es que el COVID-19 llegó y genera temor, quizá por nuestro mal momento económico e institucional y una salud pública cuestionada. Hay quienes minimizan la contingencia; acusan exacerbación mediática, usufructo del miedo ciudadano –por parte de las farmacéuticas– ante el pandémico virus que causa estragos de guerra, desploma bolsas, deprecia el petróleo, estanca la producción, incrementa el desempleo.

Es difícil blindarse de un peligro global; pero se pueden tomar decisiones dirigidas a mitigar su impacto. Se han dado distintas reacciones: México y Brasil subestimaron el poder del COVID-19 que afectó a colaboradores cercanos del presidente Jair Bolsonaro y casi a él también; El Salvador, Chile, Perú, Colombia y otros toman medidas estrictas tratando de evitar los ejemplos de Italia y España. Cuba sigue su plan sanitario; controla los casos presentados; asegura reservas de antivirales para abastecer a países de la región, de Europa, Asia y África; autoriza el atraque del crucero británico MS Braemar –con casos de COVID-19– y coordina con Italia el envío de ayuda médica.

Varios países desinfectaron calles, transportes, mercados; suspendieron eventos desde la primera alarma. Quizá nosotros demoramos en aquello y en controles sanitarios más estrictos. Además, surgen dudas sobre el manejo y el cerco epidemiológico en torno al primer caso; una vez pasada la contingencia esto debería ser esclarecido por las autoridades. Estos momentos hacen cuestionar los recortes en salud pública; la expulsión de médicos extranjeros; la fuga de cerebros; la falta de reservas para estas emergencias.

La prevención debe ser conjunta entre Estado, sector industrial y sociedad civil en la adopción de una cultura ambiental. Desechos llegan a ríos y mares; proliferan plagas; pañales son arrojados desde vehículos; residuos de alimentos quedan en el transporte público; se acumula basura en la calle, se tapan alcantarillas; maquinarias las destapan en lugares inundados, cuando lo racional es hacerlo antes del invierno. En plena crisis desoyen los consejos preventivos; ciudadanos estornudan en el bus sin taparse la boca; personas intentan ir a playas, fiestas, cruzar fronteras para comprar.

Debemos seguir las disposiciones con responsabilidad; censurar a quienes incumplen; sancionar la especulación; criticar el acaparamiento. Respetemos las medidas para detener el contagio. El Gobierno debe ayudar a los más vulnerables, impedidos de llevar el sustento a sus hogares. Ojalá superemos este momento con el menor costo humano y preparados en prevención, en el que autoridades y población articulen charlas y simulacros constantes para fortalecer el accionar institucional y la disciplina social, frente a eventos que puedan impactarnos, como una guerra. (O)