Nuestro invitado
La Organización Mundial de la Salud (OMS) al declarar la pandemia por el coronavirus, en un contundente y a la vez preocupante pronunciamiento, destacó no solo los niveles alarmantes de propagación del virus de Wuhan en más de 126 países, sino también hizo una severa crítica a la inacción de los gobiernos frente a esta amenaza, lo que ha dejado en claro la poca capacidad de los estados para afrontar adecuadamente este problema de salud pública global en que se advierte improvisación, a causa del desconocimiento y desconcierto que provoca la presencia de este enemigo invisible al ojo humano.
Esto último tiene mucho que ver con el restringido apoyo hacia los programas de investigación científica en temas relacionados con salud y, en este caso, con microbiología y virología, cuyos exiguos recursos asignados han sido siempre a regañadientes. Más bien, lo que se verifica en el panorama internacional es un irracional crecimiento de los presupuestos para defensa que alimenta a una insaciable industria armamentística que desconoce el concepto de la ética. En pleno siglo XXI se ha preferido destinar esfuerzos para crear armas de destrucción o levantar muros de concreto en la línea de frontera en vez de volcar la inteligencia y los recursos económicos a crear condiciones de seguridad y bienestar para la población. Y es que en las economías capitalistas, desgraciadamente, la salud ha sido degradada a la condición de mercancía y, consecuentemente, ya no se la mira como lo que es, un derecho humano. Entonces, siendo un bien como cualquier otro, se accede a él en la medida en que haya la capacidad de pago. Ahora mismo, se les ha debido aclarar a los seguros de salud privados que no pueden desentenderse del problema y tratar de mirar para otro lado, derivando la responsabilidad de la cobertura a los Estados.
En esas condiciones, el coronavirus se abre paso no solo afectando la vida de las personas, sino también sacudiendo la economía mundial, cuyo impacto podría tener consecuencias impredecibles, más aún si la emergencia sanitaria se prolonga en el tiempo; pues el virus de Wuhan ha ralentizado al gigante asiático y a los países en general, provocando una contracción en la demanda agregada, lo cual ha encendido alarmas en el ámbito productivo y de comercio exterior, así como creado necesarias barreras que ahora impiden el normal flujo de personas, provocando enorme incertidumbre y desconfianza en los inversores lo que se traduce en el desplome de las bolsas de Asia, Europa y América, así como descomunales pérdidas para la actividad turística.
Y en medio de ese escenario desolador, el Ecuador ahora mismo debe enfrentar una caída dramática en el precio del petróleo, su principal producto de exportación, y con ello comprometer aún más el desempeño de una economía estancada. Por su parte, el régimen del Lic. Lenín Moreno durante su gestión no ha logrado crear certezas ni confianza en los agentes económicos, quienes siempre han mirado con recelo a la economía doméstica. Ahora mismo, el repunte del riesgo país significa dificultades para la contratación de deuda, dado el encarecimiento del dinero. En ese punto, no cabe, señor presidente, después de casi tres años de gobierno, seguir acudiendo a las lamentaciones. Hay que dar señales claras y en función de las grandes mayorías. (O)