A todos nos gusta señalar a otro u otros como causantes de un mal. La ley mosaica mandaba apedrear a una mujer sorprendida en adulterio (Juan 8,1-11). Unos judíos, validos de su presunta inocencia, llevaron a una mujer sorprendida en adulterio ante Jesús; y le tendieron una trampa con la siguiente pregunta: Moisés ordenó apedrear a adúlteras, como es esta mujer. Tú, ¿qué dices?

Jesús responde a los integrantes del grupo: El de ustedes que presuma ser inocente tírele la primera piedra. Confrontados por Jesús, esos judíos se fueron escabullendo, comenzando por los más viejos.

Nos parecemos a los niños que, jugando a la gallina ciega, repiten “yo no fui” y señalan a otros, como actores de realidades negativas.

Las personas morales y más aún las individuales estamos ávidas de atribuirnos méritos. Sin una honda formación, que capacita a asumir responsabilidades, nadie asume responsabilidad en las realidades negativas.

En señalar la causa del mal algunos coinciden. Es más difícil y necesario descubrir al causante. Es casi imposible que un causante sin honda formación humana admita una responsabilidad. La responsabilidad, porque en ella se juntan varias virtudes humanas (objetividad, veracidad, austeridad, solidaridad), es el mejor metro para medir la talla moral de la persona.

La corrupción es el mal que probablemente hoy se denuncia más que ayer. La corrupción de hoy se encubre con la denuncia de una nueva corrupción más pestilente que la de ayer; es como cubrir con tierra la suciedad dejada en el camino.

Echar tierra sobre su porquería es recurso de algunos con poder. Ellos están seguros de que lograrán más temprano que tarde cambiar leyes o reglamentos, para que nada cambie. El tiempo lleva las deudas a la prescripción; las deudas prescritas no se pagan. Hay que esperar que las deudas actuales prescriban. Como las deudas de ayer se esfuman, otros terminan pagando las de hoy.

Algunos candidatos ofrecen cambios de Constitución y de leyes, para superar la corrupción, que se arrastra como serpiente venenosa, hasta en grupos humanos insospechados. ¿Quién ofrece siquiera revisar el fundamento de la corrupción? Para tocar el fundamento se requiere renovación de mente y corazón, para abrirlos al otro.

Como la memoria es frágil y como la esperanza de los marginados nunca muere, se vuelve a tropezar en la misma piedra del infantilismo ciudadano: -Ofrecimientos de obras de relumbrón sin raíces, con la contrapartida de aplauso sin oportuna fiscalización.

Los árboles que dan frutos tienen raíces, se alimentan con abono y agua. El agricultor responsable abona, poda lo que obstaculiza el desarrollo; poda que disminuye transitoriamente la apariencia del árbol. El buen agricultor (gobernante) busca más que la apariencia, el fruto.

Se atribuye al rey Luis XIV una frase, que retrata al populista: “Después de mí, el diluvio”. El populista, a diferencia del buen gobernante, busca aparecer, aunque deje como herencia un árbol debilitado. El buen gobernante, ante todo con su ejemplo, busca servir, consciente de que el mejor y fundamental servicio legado son los valores humanos, el testimonio de que gobernar es servir; no servirse. (O)