Imaginémonos que recorremos los parajes más remotos de la cordillera de los Andes. Nos rodean los cerros, su bruma y los lejanos cantos de los pájaros. El silencio del páramo tiene la cadencia cristalina del agua que corre por los arroyos y el soplido libre del viento. Dos serían los milagros que podríamos esperar en ese escenario. La visión, en la inmensidad del cielo, del cóndor andino. Sus poderosas alas extendidas, sus ojos en el infinito, su fuerza. El estupor y el miedo. Sentiríamos la conmoción en el cuerpo.
El segundo milagro sería divisar la silueta negra y colosal del toro de lidia. Otro de los últimos seres mitológicos que sobreviven, como dice Fabián Corral, a las demoliciones de la modernidad. El que se resiste, airoso, a la domesticación y a la mansedumbre. El toro bravo, noble y peligroso, que simboliza la fuerza de la naturaleza en tantas mitologías. Temor y precaución. Poder y majestuosidad.
Hace 17 años, Óscar Vela Descalzo (Quito, 1968) inició la creación de su mundo narrativo desde lo alto de los cerros. No tenía otra alternativa. Los Andes, que él conoce a fondo, merecían una historia. Ese llamado tiene que ver con la capacidad iluminadora que tiene la tradición de la lengua castellana que hablamos en América. José María Arguedas, Jorge Icaza, César Vallejo, Ciro Alegría, César Dávila Andrade y Alicia Yánez Cossío, entre tantas otras voces, no fueron indiferentes a esa mágica geografía. Vela sintió, además, el llamado de otra tradición, una drásticamente occidental, la de la novela policial. El toro de la oración (2002), que acaba de reeditarse bajo el sello Loqueleo, es entonces muchas cosas: por un lado su ópera prima pero, también, la ofrenda con la que empieza a hacerse escritor con mirada planetaria, contemporánea, consciente de las enseñanzas de los maestros y también de la necesidad de reinventar constantemente en la literatura.
Pero volvamos a mirar la cumbre de los volcanes y nevados. Es indudable que el encuentro con los dos animales mitológicos está lleno de hondos significados. En 1988 Guayasamín pintó El Toro y el Cóndor, un acrílico que se exhibe en uno de los salones principales de la Capilla del Hombre. Al pintor le interesó recrear la Yawar fiesta, la antigua celebración peruana en la que atan un cóndor al lomo de un toro. El violento enfrentamiento, según la tradición, es premonitorio, ya que el cóndor simboliza el mundo andino y a los pueblos subyugados en la invasión de América, mientras que el toro representa al conquistador. El triunfo del cóndor es entendido como un buen augurio para el ciclo que inicia con la fiesta.
Lo cierto es que el toro de lidia, que llega a América en las carabelas de los españoles, se fundió con los Andes. El paso de los siglos creó una relación intensa y también mitológica entre el toro y nuestros pueblos. Yawar fiesta (1941), la primera novela de José María Arguedas, relata la «corrida india», es decir, una corrida de toros cuyo estilo se forjó en el corazón de los pueblos indígenas. El escritor peruano no menciona al cóndor, pero sí al encierro del toro con capeadores espontáneos, al ritmo de las trompetas y cantos populares. Con Vela veremos la arriesgada danza de los muchachos que, para lucirse ante sus enamoradas, deben retirar la colcha dorada colocada sobre el lomo del toro.
Al leer El toro de la oración reconoceremos esa energía cargada de dualismo que tiene la sierra, sus paisajes y sus pueblos. El día y la noche, la siembra y la cosecha, la vida y la muerte. Como lectores y espectadores podemos deleitarnos ante la imagen esplendorosa de nuestros volcanes, sentir incluso paz frente a su brumoso silencio, pero muchos de esos volcanes están activos y en su interior guardan la lava ardiente y letal. Eso Vela lo comprendió bien. Quizá por ello optó por una novela policial para iniciar su peregrinaje por la escritura. Esta novela contiene en sus páginas la frescura del páramo, pero también toda esa violencia contenida, el secretismo y el horror, que aún en nuestros días existe y es más brutal con mujeres y niñas. Esos y otros actos macabros que, como lo mostró Lope de Vega en Fuenteovejuna, son los crímenes que condenan la conciencia de todo un pueblo.
El toro es también el animal en el que Zeus, el más poderoso de los dioses griegos, se convirtió para huir con Europa a la isla de Creta. Antes de él, los antiguos pueblos de Egipto y Mesopotamia profesaron el culto al Toro Sagrado, dios de la fertilidad. En Creta, Teseo, ayudado por el hilo de Ariadna, entra al laberinto y se enfrenta al minotauro. El mito de Teseo alude a la larga y cruenta lucha entre la humanidad y sus dioses, para labrar la historia. Vela también nos llevará a esos enfrentamientos, en el contexto de las fiestas de Tansinteo y las corridas populares. La lectura estará acompañada de las ilustraciones de uno de los más grandes pintores taurinos, Oswaldo Viteri, cuyos dibujos muestran no sólo su capacidad de evocar imágenes, sino la de compartirnos su consciente cariño por el país, su historia y su cultura.
Tauro es una constelación, pero también es el segundo signo del zodíaco. A él pertenecen los que nacen desde el 20 de abril hasta el 21 de mayo. Esto es relevante porque Borges, preguntado por los orígenes de la novela policial, dijo que «a diferencia de la historia de otros géneros literarios, la del género policial no ofrece ningún misterio. Un astrólogo podría establecer el horóscopo, ya que sabemos exactamente el día en que ese género fue inventado. Se trata de uno de los días del año 1841 y su inventor fue, como es notorio, aquel prodigioso escritor que se llamó Edgar Allan Poe». El cuento al que Borges hizo referencia es Los crímenes de la calle Morgue, publicado por Poe en abril de 1841. ¿Pertenece, acaso, el género policial al signo zodiacal Tauro? En cualquier caso, Óscar Vela escribió hace 17 años una novela brava, de escritura noble, como son los toros de lidia que corren y braman libremente en lo alto de los cerros. (O)