La Psiquiatría es una práctica clínica que se constituye como una especialidad médica desde fines del siglo XVIII en Francia y en otros países europeos. Este proceso de afirmación persiste, puesto que la Psiquiatría aún no ha logrado un estatuto de cientificidad semejante al de otras prácticas médicas. Para ello, los psiquiatras actuales ponen sus expectativas en las explicaciones que les vendrán de las neurociencias sobre el origen de los llamados trastornos mentales, centran su interés casi exclusivamente en el manejo de los psicofármacos, y renuncian a la formación en psicoterapia. Aun así, la Psiquiatría mantiene un lugar particular en el campo médico, por el valor que la palabra del sujeto llamado paciente tiene en su recuperación, siempre que los psiquiatras preserven ese valor.

La Antipsiquiatría fue un movimiento importante de cuestionamiento al manicomio y al discurso oficial de la Psiquiatría, que surgió a comienzos de la década del 60 en algunos países europeos. Este movimiento fue liderado por algunos psiquiatras como Franco Basaglia en Italia, Ronald Laing y David Cooper en Inglaterra y Thomas Szasz en los Estado Unidos. Algunos incluyen en esta lista a Michel Foucault, aunque el filósofo y pensador francés siempre rehusó ese encasillamiento. Aunque hoy en día casi ya no se habla de Antipsiquiatría, salvo en Italia y otros lugares, el valor de su discurso promovió reformas en el funcionamiento de los hospitales psiquiátricos, favoreció la desinstitucionalización de los psicóticos crónicos y motivó la creación de alternativas frente al manicomio clásico.

La “anti-psiquiatría” es una política perversa instaurada por algunos Estados (incluyendo el ecuatoriano) para imponer la mala práctica médica de la Psiquiatría como la norma para el ejercicio clínico de esta especialidad. Igual que en otros lugares, al Estado ecuatoriano no le interesan mucho los supuestos enfermos mentales; lo único que le importa es mostrar cifras, como si ellas equivalieran a “calidad en la atención a la salud”. Así, los psiquiatras que allí trabajan atienden a un paciente cada quince minutos, que apenas alcanzan para revisar la dosificación de los fármacos, garrapatear algo en la “historia clínica”, escribir la receta y darle una nueva cita para… después de tres meses. En la próxima cita, el paciente será atendido “por el doctor que le toque”, con lo cual, la relación transferencial (motor de la cura) se va al carajo.

Los pacientes no tienen voz ni voto, además “están locos” y por ello nadie escucha sus demandas o las de sus familiares por una verdadera atención médica psiquiátrica. A los psiquiatras ecuatorianos, la “anti-psiquiatría” tampoco parece concernirles ni afectarles. Esa indiferencia es un efecto de ciertas políticas de los Estados (sobre todo el ecuatoriano) que convierten a los médicos (sobre todo a los psiquiatras) en “funcionarios”, alienándolos del fundamento de su práctica. Pero hay algo todavía más grave: a nuestros médicos posgradistas de Psiquiatría, los jóvenes que se están formando en esa especialidad, se les impone el ejercicio de la “anti-psiquiatría” en su rotación por algunas instituciones ¿Qué dice de todo esto la Asociación Ecuatoriana de Psiquiatría? ¿Aló? ¿Están ahí? No, parece que se fueron a la cena de los laboratorios farmacéuticos y todavía no vuelven.

(O)