Terminé de ver la serie de Netflix Nisman: el fiscal, la presidenta y el espía, que expone manejos oscuros de la política argentina alrededor de una investigación a cargo de un fiscal que acaba muerto y que involucra a los servicios de inteligencia, con repercusión internacional. A diferencia de otra serie anterior, El mecanismo, en la que se ficcionaba a partir de hechos reales sobre la Operación Lava Jato, investigación de sobornos de Brasil que también topó a la Presidencia, en Nisman el formato ‘archivo + entrevistas’ no parte de hipótesis sino que muestra a los involucrados reales con testimonios y material de archivo.

El fiscal argentino Alberto Nisman, que investigó por una década el atentado al centro judío AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) que causó 85 muertos y 300 heridos en Buenos Aires en 1994, fue hallado sin vida el 18 de enero de 2015, con un disparo en la cabeza en el baño de su departamento, horas antes de su prevista comparecencia al Congreso; había sido citado para que fundamentara la denuncia, hecha pública con cinco días de anterioridad, contra la presidenta de entonces, Cristina Fernández de Kirchner, y varios de sus colaboradores, por supuesto encubrimiento de exfuncionarios y exdiplomáticos iraníes imputados por el atentado contra la AMIA.

El pasado viernes, en una entrevista radial, Moshe Rabbani, uno de los iraníes sobre los que pesan circulares rojas de captura internacional de Interpol por el atentado a la AMIA, exagregado cultural vinculado a 44 de las escuchas que figuraban en la denuncia del fiscal Nisman, que antes no se había referido al tema, dijo: “Yo me pregunto: ¿por qué cuando tenía que testimoniar, o aclarar a los diputados que podían hacer preguntas muy precisas [sobre su denuncia], por qué lo mataron? ¿Quién mató a Nisman? ¿Por qué no dejaron que los argentinos conozcan la verdad? ¿Por qué ocultan las cosas?”.

Ecuador también tiene sus tramas de manejos oscuros, de casos de muertes no resueltas, de declaraciones-denuncias que no llegan a formalizarse, y de causas abiertas por corrupción que se benefician del secretismo consentido y aupado desde esferas del poder.

Menciono dos: la desaparición de los hermanos Restrepo, que acaba de cumplir 32 años de impunidad, y el asesinato del general Jorge Gabela, ocurrido el 19 de diciembre de 2010 al ser baleado en la puerta de su residencia. Sobre este último, en junio del año pasado, la Fiscalía General del Estado anunció que abriría una nueva línea de investigación para esclarecer los hechos y responsables del crimen, luego de que el perito argentino Roberto Meza, quien fue el encargado de elaborar el informe sobre las condiciones en las que ocurrió la muerte del general anunciara que “no retomará las investigaciones” por la falta de garantías técnicas para la reconstrucción del informe final que desapareció. La Fiscalía aclaró que son los fiscales los que dirigen las investigaciones y que los peritos son responsables de realizar las experticias que ellos solicitan y que “en este sentido, no es técnico contar con peritos que pretendan dirigir una investigación y menos aún con informes incompletos y que han sido cuestionados”.

Los puntos que conectan las acciones que permiten que casos como los comentados queden sin resolverse, por acción u omisión de funcionarios, unos dóciles otros diligentes, y también por autoridades, cuya misión es la búsqueda de la verdad y la justicia, conforman un vínculo preciso en que, como en el tejido de una tela de araña, cada uno constituye un punto de soporte para que no colapse la estructura. Cuando leo que el 35 % de asambleístas abandonaron las tiendas políticas que los llevaron a sus curules y pasaron a integrar nuevos grupos o armar otras bancadas, me pregunto sobre sus motivaciones.(O)