Se ha escrito mucho respecto de las causas por las cuales los populismos, especialmente en América Latina, siguen ejerciendo un peculiar encanto que facilita el respaldo ciudadano sin perjuicio de examinar los verdaderos resultados de una gestión presidencial. La misma reflexión que teníamos hace poco en el Ecuador se formula ahora en México, especialmente cuando se considera que el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha iniciado el 2020 con un 72 % de respaldo ciudadano, lo que podría crear la percepción de que la situación marcha admirablemente bien en México y que su gestión ha sido eficiente y convincente.

Sin embargo, la realidad dista mucho de las apariencias asociadas con la popularidad de López Obrador, tal cual lo señala el escritor León Kauze, quien hace pocos días señalaba que virtualmente en todo sentido, el primer año del presidente mexicano ha sido una decepción, comenzando por la política oficial de lucha contra la violencia del narcotráfico con la proclama presidencial de “abrazos, no balazos”, estrategia que ha fracasado al tenor del aumento indiscriminado de la violencia en México. El año pasado México cerró con cerca de 33 000 víctimas de homicidios, viviendo la crisis más grave de inseguridad de la que se tenga registro, sin que exista –al tenor de los entendidos– una verdadera estrategia de seguridad pública, lo cual se evidenció de forma penosa en octubre del año pasado cuando las fuerzas del orden se vieron obligadas a liberar a un hijo del Chapo Guzmán en la ciudad de Culiacán, ante la movilización de cientos de criminales fuertemente armados que pusieron en zozobra a la mencionada ciudad.

En la parte económica, los resultados tampoco fueron alentadores, con una caída de la tasa anual de crecimiento del 0,4 % a lo que se deben agregar hechos sorpresivos como que el rating de Pemex, la poderosa empresa mexicana de petróleos, haya sido degradado a lo que se conoce como “bono basura”. Sin embargo y a pesar de todos estos señalamientos, López Obrador está más popular que nunca, lo cual es atribuido, entre otras causas, al colapso casi total de la oposición, pero la esencia principal del respaldo ciudadano parece radicar en la capacidad que tiene el mandatario de decir las cosas que el pueblo quiere escuchar, para cuyo efecto López Obrador se presenta todas las mañanas a brindar una narrativa de las noticias diarias, la cual se ha transformado, de acuerdo con Kauze, en un rito peculiar que es transmitido en vivo por la televisión estatal virtualmente como una homilía temprana, haciendo del presidente “un omnipresente, en ocasiones divagador, narrador en jefe que frecuentemente presenta una alternativa y en ocasiones falsa versión de los hechos”. Hay hechos que no son coincidencias.

López Obrador entendió, al igual que lo hizo Rafael Correa en su momento, que la estrategia oficial de propaganda es fundamental para acentuar su figura como la única verdaderamente relevante en la vida política de México, lo que le ha permitido ser el eje de la “agenda pública de forma sistemática y permanente”. El populismo construido a base de un relato que cautiva y engaña, pero no importa si eso significa el respaldo de la mayoría de ciudadanos. ¿Hay remedio para eso? (O)