Es poco frecuente que en la universidad se hable de algo que se acerque a la espiritualidad. A veces, y de manera errónea, los universitarios se han convencido de que ser científicos es presentarse como no creyentes y, por tanto, conciben la universidad con una postura dizque racional en la que ya no cabrían ideas sobre el Absoluto. Sin embargo, dado el ser universitario de indagar por el todo, por el universo, nada hay que pueda escapar al pensamiento universitario, pues este debe ser amplio, plural, diverso y curioso. En este contexto puede leerse el más reciente libro de Marc Augé, Las pequeñas alegrías (Barcelona, Ático de los Libros, 2019).

Augé es un antropólogo francés que ha provisto a quienes examinan el funcionamiento de la sociedad con conceptos tan interesantes e importantes como el de “sobremodernidad” y el de “no-lugar”; el primero conecta el individuo con el uso de las nuevas tecnologías; el segundo subraya ciertos espacios –como un aeropuerto o un supermercado– en los que nos relacionamos unos con otros solo transitoriamente. Augé comprueba que la felicidad es una nueva tendencia en las instituciones y en la prensa, tanto que la misma ONU ha colocado la felicidad en el centro de las políticas de desarrollo.

Ahora se dispone de un observatorio internacional de felicidad que tiene el propósito de profundizar la idea de “felicidad social”. Esto es todo un reto porque, así como puede ser decisivo pensar esta dimensión, asimismo esta puede ser tratada como una bobería que destruye todo lo hermoso y reflexivo que hay en esa idea. Basta pensar, durante el correísmo, en toda esa ñoñería que se montó con la secretaría de la felicidad… De hecho, la ONU mantiene un Reporte sobre la Felicidad Mundial en el que intenta definir la felicidad con criterios objetivos, por ejemplo, el PIB, la esperanza de vida, la tasa de natalidad, etcétera.

Parece que se viene toda una ciencia de la felicidad, con el peligro de que las reflexiones profundas se crucen con las de los charlatanes superficiales. Augé nos invita a reflexionar en serio sobre la felicidad, que tiene que ver con los lazos de solidaridad que definen a una comunidad: “En la vida experimentamos alegrías repentinas que no esperábamos, pues el contexto no lo anunciaba, pero que, a pesar de eso, se producen y se mantienen contra viento y marea, hasta el punto de que impregnan profundamente nuestra memoria”. Estas son “las alegrías en presente”, las que, sin saberlo, nos hacen el día.

Augé habla “de las alegrías que superan la época, el terror, la edad o la enfermedad, de las alegrías que yo denominaría que existen ‘pese a todo’”. Se trata de forjar, con este entendimiento, una resistencia cotidiana frente al peso de la costumbre, las relaciones laborales, el gris de la repetición de los actos cotidianos, y volver, más bien, a pensar y repensar las preguntas que siempre se hace la humanidad: “¿Por qué hemos nacido? ¿Por qué soy yo, por qué soy como soy?”. ¿Podremos construir una dimensión social de la felicidad? O, como dice Augé, ¿la edad nos empuja de manera fatal a no hacernos ilusiones? (O)