Recordará el lector a la heroína judía que cortó la cabeza de Holofernes para salvar la ciudad de Betulia. Esta imagen me ha venido a la mente al ver la entereza serena de la presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos (Speaker), señora Pelosi, con la que ha conducido el proceso de acusación contra el presidente, señor Trump. Le toca ahora presentar la acusación ante el Senado, al que corresponde conocer y resolver tal acusación. La acusación fue acordada por la Cámara de Representantes, de mayoría Demócrata, y deberá ser aceptada o no por el Senado, de mayoría del partido del presidente, el Republicano; según la Constitución norteamericana, para que el presidente sea destituido, se requiere una votación de los dos tercios de la Cámara Alta, cosa que luce imposible, y de lo que están conscientes los demócratas, que probablemente buscan otros efectos, como el de dejar constancia de su posición de reprobar la conducta del presidente en usar de su poder –según ellos– para que el Gobierno de Ucrania investigue a los señores Biden, y lo que todo esto significa en términos electorales. Históricamente, en los tres procesos de Impeachment, en ninguno se obtuvo los dos tercios de los votos senatoriales. No es mi intención emitir un juicio de valor sobre este asunto delicado de la política norteamericana, como no me gustaría que ellos lo hicieran sobre un asunto interno del Ecuador; mi intención es destacar el saludable rol que en la política va cobrando la mujer, y de manera cada vez más sostenida, constante, como en los casos de la señora Thatcher, en el Reino Unido, y la señora Merkel, en Alemania. En la historia, similares al caso de Judit, ha habido otros hechos heroicos, como el de la doncella de Orleans, Juana de Arco, que derrotó al invasor inglés, y, traicionada, terminó su vida en la hoguera; el de Carlota Corday, en la Revolución Francesa, que, por puro idealismo, viajó de su pueblo a París, asesinó al sangriento revolucionario Marat, y aceptó, impasible, la condena a muerte. La revolucionaria francesa Madame Roland, camino a la guillotina, exclamó: “¡Oh, libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”.
La lucha de la mujer por la reivindicación de sus derechos ha sido larga y sacrificada. Las sufragistas consiguieron el derecho al voto tras una larga lucha; 100 mujeres fueron arrestadas en el Viernes Negro; la más significativa luchadora fue Emmeline Goulden Panhurst, quien lideró en Gran Bretaña a las sufragistas, arrostrando prisiones; es memorable su discurso en Estados Unidos promoviendo el derecho al voto femenino: “Estoy aquí como un soldado”.
La mujer ha vivido siempre bajo el yugo de leyes hechas por hombres, y eso tiene que terminar. Me ha conmovido la difusión mundial de un video con el mensaje protesta: ‘Un violador en tu camino’. Hay que borrar de nuestra legislación la condena a la mujer por el aborto en caso de violación. Las violan y encima –¡qué barbaridad!– les ponen tras las rejas. La lucha de las mujeres electriza; los hombres guardamos silencio, nos acobardamos. (O)