Es el tiempo que llevo conviviendo con aquel vacío que ocupa tu lugar. Es un tiempo de emociones ambiguas. Te extrañamos, pero aún no sentimos tu ausencia de manera tan contundente. Han venido muchas cosas, una detrás de la otra; quizás eso es lo que aún no nos ha dado tiempo para extrañarte. A todo eso agrégale que –por muy contradictorio que suene– tu ausencia convive con los remanentes de tu presencia, con aquellas cosas y recuerdos que permanecen frescos y que nos hacen sentir que pronto regresarás a casa, abriendo la puerta de manera estruendosa y llena de risas y palabrotas.

En este par de semanas he sufrido cambios irreconocibles, que en parte aborrezco. Tú ganaste: ahora hago listas para todo. También llevo una agenda para que no se crucen mis actividades y las de los chicos. En fin, hago todas esas cosas que tú hacías y que yo despreciaba. Ahora el trabajo me hace visitar con más frecuencia ese centro histórico de Quito que tú y yo solíamos recorrer juntos, aunque opinabas que se trataba de un espacio urbano sobrevalorado. Siempre sentí que esos programas en el centro los hacías por condescendencia conmigo. Ahora valoro aún más esos paseos.

Aún mantengo frescos los recuerdos de nuestros últimos días juntos en Guayaquil. Fueron días intensos, y hasta agobiantes para todos nosotros, se podría decir; pero hay algo en esas memorias que me resulta reconfortante, sin perder su tristeza. Nos unimos todos como familia –como tribu– alrededor tuyo. Padres, hermanos, hijos, cuñados, suegros, amigos y yo orbitábamos a tu alrededor, y te revelaste como epicentro que siempre fuiste para tantas personas. En nosotros sentía el ambiente que debe haberse dado cuando Paul McCartney grabó su disco Flaming Pie, ese que él y su esposa Linda realizaron como una excusa para reunir a los amigos de ambos, para que la legendaria señora de McCartney pudiera despedirse de todos, antes de dejar este mundo. La casa de tus padres era un enorme Flaming Pie, lleno de una nostalgia casi audible, producto de esa cotidiana coexistencia entre las angustias, las risas y las lágrimas.

Como no podía ser de otra manera, tu funeral demostró que eras tan popular como tu abuela Nelly, quizás hasta más. El padre Rainiero se dio la oportunidad para cuestionar elegantemente mi escepticismo, y por ello se ganó aun más mis respetos. Nuestros amigos de La maldita primavera consiguieron que Ceci cantara tus canciones favoritas con su melodiosa voz. Esos cantos valieron por mil misas. Algo parecido ocurrió en la misa que te hicieron en Quito, pero con la voz de Camila. Te despedimos con música, tal como hubieras querido.

Desde que te fuiste he perdido la capacidad de sentir el paso del tiempo. Emprendo cosas nuevas, hacemos planes los chicos y yo. Cuidamos de tu gata, tal como me lo pediste; sin embargo, el tiempo ya no se mueve. Hubiera preferido que me conviertas en una mejor persona, sin que el precio a pagar fuera tenerte solo en fotos, videos y memorias.

Este será el primer artículo que le envío al diario y que no revisarás. (O)