No ha perdido vigencia la noción de Foucault en cuanto a que, desde Kant, el papel de la filosofía es también vigilar los poderes excesivos de la racionalidad política, que en el siglo XX, y todavía en este, es fundamentalmente una racionalidad binaria. He querido compartirles algunas de mis reflexiones a partir de la lectura del último libro del filósofo Paul B. Preciado, Un apartamento en Urano, procurando meditar en los desafíos internos que a mi juicio tienen los movimientos progresistas de América Latina. Si nos decidimos a reflexionar en esa región qué es la subjetividad del ser humano, el binarismo (sexual) tiene la pavorosa facultad de explicar el mundo. No en vano Paúl B. Preciado, en sus crónicas de cruce, habla de una suerte de muro de Berlín del género, que divide el mundo de los hombres y de las mujeres en, quizá, todos sus espectros: al menos el político, el ideológico, el estético, el económico y, a mi juicio, el metafísico.

Por fortuna, una conspiración contra el binarismo sexogenérico se ha puesto en marcha y, con todas sus dificultades, nos ha permitido arribar al siglo XXI con cierta claridad sobre cuál es una de las luchas más urgentes de nuestro tiempo: hablo de la necesidad de ejercer la resistencia ante la división que esa suerte de muro de Berlín impone, para derribarlo. Desconozco si mi generación podrá destruir el régimen heterosexual, hijo predilecto del patriarcado poscolonial, pero al menos la urgencia de hacerlo y de emprender esa lucha, en todos los campos, es inexorable, y cada vez más evidente para las sociedades del continente.

Las crónicas de Preciado nos lleven hacia un viaje complejo, que nos hace pensar dolorosa y lúcidamente en nuestro propio cuerpo y la visión que tenemos del mismo. El sexo de las personas, que ha determinado su destino, se puede entender como un corte. Nos partieron en dos y nos obligaron a escoger una de nuestras partes. La cicatriz que queda, dice Preciado, es la subjetividad y sobre ella se construye la dinámica del poder. La migración de Preciado no ha sido desde un cuerpo que se enunciaba como mujer a uno que se enuncia como hombre. Pienso que él ha buscado viajar a otra región, donde al menos tiene la esperanza de que el dominio de la heteronormatividad no va a definir las simples cosas de la existencia cotidiana, como el afecto, la política, el poder, el amor o el deseo.

Quizá el gran riesgo en la lucha contra el muro de los géneros, en medio del fuego cruzado desde uno y otro lado, es definitivamente el binarismo; ya no como política heteronormativa del antiguo régimen sino como fisura y resquebrajamiento de la lucidez. Ojalá que desde las luchas progresistas seamos capaces de identificar las metodologías que fueron usadas para oprimir a los cuerpos y a las subjetividades bajo el dominio del patriarcado, y no los usemos como armas en nuestra lucha. La forma en que la visión binaria del mundo y de la existencia puede ser derribada es problematizándola, rompiéndola en mil pedazos, no reafirmándola en peleas intestinas, libradas en el Ecuador por intelectuales que desde la academia y el activismo se creen policías ideológicos o Torquemadas de la corrección, mientras el enemigo, el viejo régimen heteronormativo y necropolítico, protegido en la fortaleza del sistema de poder que lo garantiza, se reafirma, recupera sus fuerzas y planifica su ataque.

Inmersos en la maquinaria de los Estados modernos de Occidente, hemos olvidado que el amor, además de pertenecer al campo de la política, tiene una profunda conexión con la dimensión metafísica de la existencia. El cristianismo, las religiones mayoritarias de hecho, en su alianza sangrienta con el patriarcado, han desprestigiado el campo de las indagaciones espirituales. Preciado reconoce que no hay sexualidad sin sombra, pero a mí me parece que quizá la perspectiva amerita más matices: es en la zona fronteriza de la luz y la sombra donde subyacen tonos y mezclas de alta complejidad, que nos permiten una mirada más integral del mundo, sin los reduccionismos binarios en el que ha caído al menos una parte del progresismo latinoamericano. Los seres humanos somos precarios y no podemos olvidarlo. Ese es el sentido en el que el derrumbamiento del telón de acero que es el binarismo heteronormativo requiere también de calma, silencio, introspección, autocrítica y un ejercicio uránico y revolucionario del amor. (O)