Por motivos de trabajo, estoy viajando permanentemente de Progreso a la ciudad de General Villamil, Playas.
La semana pasada acudí a la Plaza Cívica de ese pintoresco cantón, que consiste en un parque que está ubicado frente al edificio del Municipio de la ciudad y me entrevisté en persona con un personaje suigéneris y un poco folclórico, sencillo, educado, pasa los setenta años, alto, blanco, pelo largo, barbado, viste sencillo, de aspecto alegre y carga para todos lados un banco de plástico y un bastón; dice que conoce al revés y al derecho la historia de Playas en los últimos 45 años, periodo en que él llegó al pueblo.
Este hombre, bajo su pobreza, sin que nadie lo obligue, cuida y alimenta a las iguanas (“El papá de las iguanas”) de este parque de General Villamil, Playas; lo hace de su propio peculio, yo mismo lo he visto. Me supo manifestar: “Vea, amigo de Progreso, me resulta algo increíble que hace un mes aproximadamente cuando me encontraba en mi domicilio lejos del parque, unas personas –no sé quién las mandó– procedieron a desramar un árbol de laurel del parque de Playas, que nos brindaba sombra, y no contentos con eso arbitrariamente se llevaron más de veinte iguanas, con rumbo desconocido. ¿Con qué orden hicieron esto y dónde fueron a botar las ramas del árbol y a las iguanas que no aparecen en el parque?”.
Pienso –y como es notorio–, antes de que se hicieran estos “trabajos”, debían hacer un estudio con organismos competentes encargados de la ecología, del medioambiente, de la Cámara de Turismo, entre otros.
Sería muy loable que el Gobierno Autónomo Descentralizado del Municipio de Playas tome la preservación ecológica, el hábitat en el cual se desarrollan dichas especies, las mismas que son el atractivo de un balneario que recibe turistas de las diferentes ciudades del país en busca de sosiego los sábados, domingos, alejándose de la monotonía habitual de sus trabajos y diario vivir.(O)
Francisco Marcos Anastacio Valarezo,
profesor; Progreso, Guayaquil