La Casa de la “Cultura” de Quito abrigó una multitud de indígenas cuyo dirigente golpeaba el pecho de un coronel secuestrado y pedía a los militares que rompieran la constitución. Videos mostraban a las FF. AA. socializando con los indígenas, mientras el paro prevalecía, sus tanquetas y buses eran incendiados, edificios y parques eran destruidos.

Guayaquil, ciudad cosmopolita hogar fecundo, se convirtió en un pórtico de fierro que a la diestra del Guayas se levantó para impedir la entrada de quienes en tres derrocamientos anteriores trataron la institucionalidad del país como un juguete más, al grito de “con Quito no se juega”.

El odioso grafiti que en 1994 leí en Quito: “Haz patria, mata un indio” (una barbaridad racista), 25 años después regresaba como bumerán amenazando matar la patria, salvada desde Guayaquil, precisamente en otro 9 de octubre, una nueva aurora en la que, asumiendo momentáneamente la sede del gobierno, Guayaquil cobijó al presidente y salvaguardó la nación. Que en privado algunos capitalinos lo reconozcan es tan seguro como que en pocos años los “historiadores” lo desconocerán, acostumbrados como están a dibujar un país de gritos y luces imaginarias de los que viven aferrados a la dependencia de un poder normativo y extractivo.

Para quienes creían en la “normalidad” del Ecuador unitario, el petróleo era de todos y las fuerzas del orden debían defender la paz, el trabajo y la vida. Para quienes creemos que el contrato del Ecuador unitario, más allá de sus apariencias, es inicuo e insustentable, no ha sido sorpresa ver ahora visiblemente manifestada la lógica que subyace bajo esa “normalidad”, a saber, que desde otra región se proclama como propios los recursos públicos que son de todos.

Voy al fondo del asunto: ¿Por qué se sublevaron, destruyeron y pidieron romper al Ecuador? Porque el Gobierno dispuso que le entreguemos más dinero y que los burócratas tengan 15 días de vacaciones como el resto y no 30. ¿Y por qué dispuso eso el Gobierno? Porque ya la plata no alcanza para pagar subsidios, pues gasta 10 000 millones en remuneraciones. Y ¿por qué en los últimos años esas remuneraciones subieron de 3 000 a 10000 millones, pagando al burócrata entre 3 y 4 veces lo que gana un empleado privado? Porque a la burocracia capitalina nadie la puede controlar, se creen y actúan como dueños del dinero público, lo usan para aumentarse sus sueldos, concentrar la inversión alrededor de Quito y, si les hace falta más dinero, nos endeudan o nos ponen más impuestos. Lo hacen porque existe una cuenta única manejada en una sola ciudad. Allí algunos funcionarios del MEF y BCE usaron la reserva nacional e información privilegiada sobre la deuda externa para convertirse en millonarios.

Sin ese derroche público central no habría sido necesario el Decreto 883 y por ende no hubiera existido el paro destructivo de octubre. Resolvamos, pues, el origen del problema y no la gota que derrama el vaso.

La burocracia capitalina y los indígenas derrocaron a Bucaram, Mahuad y Lucio, los primeros se convirtieron en clase media educada y los segundos siguen pobres (los dirigentes de los unos, en avión; y los otros, en avioneta). El resto del país, jodido y trabajando, felizmente sin el peso moral de vivir de los demás.

El Ecuador que tenemos no funciona y basta analizar las cuentas públicas para saber que se va a empeorar. Empresarios de la periferia: preparen sus chequeras, ustedes deciden si la usan para pagar el metro de Quito por segunda vez (cuando lo destrocen porque las tarifas son muy altas) o la usan para financiar el diseño y construcción de un nuevo modelo de país: un sistema de unión de pueblos ecuatorianos confederados, diversos pero unidos, con cuentas de ingresos separadas y poder suficiente para organizar la cosa pública, según la vocación y destino de cada pueblo. (O)