Hace 91 años, san Josemaría Escrivá de Balaguer, sacerdote español, tal como relata en sus escritos, recibió el encargo de Dios de hacer la Obra. Esta última palabra que en latín se traduce a opus, le daría el nombre definitivo a la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei en 1928. 

Dei de Dios, opus/obra… Dos palabras que hablan, asimismo, de la perfección divina y de lo palpable que se hace la presencia de Dios en todo lo humano: el trabajo y lo ordinario. 

Y la Obra es divina, sin duda, comenzando por su semilla: el deseo inmenso de agradar y alabar a Dios a través de pequeñas cosas cotidianas. A través del Opus Dei es posible aprender a vivir de acuerdo a la fe y contribuir a la santificación de la sociedad, especialmente mediante el trabajo cotidiano, que comprende tanto el trabajo profesional como los deberes ordinarios de cada día. 

Lo digo en palabras sencillas, como sencillas son las tareas cuando se las hace con la convicción de que estas servirán al mundo y engrandecerán el nombre de Dios en la Tierra. Sabiendo que “todo es para bien”. No siempre las labores cotidianas son fáciles o satisfactorias, pero cuando el hombre se encuentra, por fin, ante la presencia de Dios, se hace  posible ver la vida como una sucesión de eventos, y aprendes a agradecer las cosas buenas que recibimos, es un reto de vida. Eso, en resumen, es el Opus Dei. 

En la vida cotidiana, en el ámbito profesional, como padre, pareja y amigo, siempre es fundamental enfocarse hacia metas grandes, a través de lo pequeño

Hace 91 años se iniciaba un camino y una Obra. Un sinnúmero de enseñanzas y de aciertos han sido el fruto de ese reto asumido por este hombre santo, canonizado por san Juan Pablo II en 2002,  cuyo trabajo fue enseñar a los demás a pensar y vivir en el agradecimiento y, a través de él, en la cercanía a Dios. Viendo al agradecimiento no como una especie de manto que cubre lo desagradable, como por arte de magia, sino un gesto por el que levantamos la mirada a nuestro Padre.  Porque la vida debería ser la certeza, la confianza, un abandono que pone en un segundo plano la contrariedad, aunque nos siga pesando. 

La Iglesia, con la canonización de san Josemaría, la beatificación de monseñor Álvaro del Portillo, su primer sucesor, y ahora con la beatificación de Guadalupe Ortiz de Landázuri, nos ha confirmado de nuevo el atractivo de buscar la santidad en el cumplimiento de las obligaciones ordinarias del cristiano. (O)