Por: Gustavo Larrea *

Todos miraban absortos pasar al rey, con su fanfarria, seguridad y solemnidad. Cortesanos, cortesanas y bufones de palacio explicaban a la gente: “su Majestad viste un traje único, con telas de lindos colores”; pero siempre había los que se oponían a todo, necios, tontos, ciegos, y care’ tucos.

Entre el pueblo se escuchaba: “el rey está desnudo… está desnudo…”; incluso decían que algunas obras del reino, como la refinería, eran como el traje del rey, desnuda… Expresaban su malestar haciendo caras y gestos; su Majestad, molesto, ordenaba apresarlos, incluso varias veces bajó de su carruaje para confrontarlos y arrestarlos. Cansado de estas burlas, ordenó un edicto especial de prisión, por hacer caras y gestos, para que el pueblo comprendiera de una vez por todas que él ostentaba la “majestad del poder”.

Todos los sábados se dirigía al pueblo, mientras comía deliciosos manjares, apreciando los ojos azules y verdes de algunas damas de la plebe. Allí, en medio de adulos y alardes, atacaba uno a uno a quienes no veían su hermoso traje o no entendían todas sus bondades. ¡Qué mal agradecidos!... En estas insultinas, injuriaba a los que discrepaban: gordita horrorosa, comandante Juan, Tarzán de bonsái, prensa corrupta, hombre del maletín, militares y policías golpistas, empresarios corruptos, traidores. Además, rompió periódicos, ordenó a jueces iniciar juicios, dictar sentencias, detenciones y prisiones. ¿A quién no insultó o calumnió?; ¿qué honras no ofendió su Majestad, mientras bufones y cortesanas festejaban sus burlas y sus odios?

Los bufones ocupaban los más altos cargos del reino. De entre ellos destacaban el bufón encargado de las leyes, el bufón experto en publicidad y otros negocios y el bufón todólogo: un tiempo en economía, otro en política, en defensa nacional y hasta en relaciones con otros reinos. Prohibido olvidar al virrey, que acolitaba todos los negocios del reino por encargo directo de su Majestad.

Y así pasaron los años, hasta que su Majestad comenzó a tener problemas de memoria. Cuando se descubría robando los tesoros del reino a algunos bufones y cortesanos o cuando sus íntimas colaboradoras contaban cómo se repartían los dineros verdes para las campañas millonarias del reino, él perdía la cabeza, negaba los hechos y a los testigos, se olvidaba de sus más íntimos colaboradores, al punto de negarlos por lo menos tres veces.

Hay que recordar que, recién nombrado rey y por algunos años, tuvo el apoyo del pueblo porque había ofrecido impulsar el desarrollo, respetar las libertades y la división de los poderes del Estado, que gobernaría como ninguno de sus antecesores, con manos limpias y mentes lúcidas.

Cuando su Majestad dejó el poder, la decepción cundió; su sucesor descubrió que había dejado sobreendeudado al reino, despilfarrado la plata y con sus 40 colaboradores se había llevado al santo y la limosna.

El pueblo se dio cuenta de que su Majestad era realmente el care’ tuco; él y no los plebeyos rebeldes que se atrevían a cuestionar al rey desnudo y señalar la refinería desnuda, las escuelas, las carreteras, las preventas petroleras, los hospitales, las hidroeléctricas, todas desnudas.

El rey está desnudo. (O)

 

* Político