La expresión “¡vuelta atrás!” tiene seguramente múltiples usos, según el significado que le otorguen quienes la utilizan.

Puede ser, por ejemplo: “¡otra vez lo mismo!”, “¡empecemos otra vez!”, “¡regresemos!”…

Por mi octogenaria memoria no estoy seguro, pero me parece haberla escuchado de pequeño, en la playa de San Lorenzo, en Salinas, a los pescadores que intentaban volver a introducir su canoa en el mar, aprovechando la gradiente de la playa y venciendo la fuerza de las olas que la expulsaban de sus entrañas.

Pero también puede expresar desilusión como cuando, en el juego de monopolio, echados los dados, se llega al lugar donde, consultado, el cartón pertinente indica que debes regresar al lugar de partida, con lo cual se deja de cobrar pronto el valor que el banco otorga por pasar por ahí.

Con nuestra mente y mientras la memoria funciona bien podemos recordar lo que pensamos y sentimos, así como los acontecimientos vividos.

Nuestras acciones y omisiones pueden ser repasadas, analizadas, aprobadas o criticadas, pero no cambiadas, pues ya están en una historia muy importante para cada uno de nosotros, la personal, aquella que será juzgada al final de nuestra vida, según la doctrina católica, que muchos profesamos. Así que, una vez concluido el tiempo de la existencia… no hay vuelta atrás.

Será el momento de la presentación del balance de nuestro vivir: de lo que hicimos bien y de lo que hicimos mal, de lo que dejamos de hacer impidiendo un bien o lo que no hicimos, produciendo un mal.

Salvo la excepción de la resurrección, no hay tiempos extras, ni suplementarios.

Al sonar el silbato, la chicharra o la campana, al concluir el tiempo otorgado, completados los episodios, no hay vuelta atrás.

Por eso, se nos enseña y aconseja que seamos conscientes de la importancia de aprovechar el tiempo, que no se detiene, pues la oportunidad pasa y no vuelve.

¡Es tan grato hacer el bien! Sin embargo, hay quienes se solazan ignorándolo o, peor aún, procurando el mal.

Probablemente nuestro modo de vivir sería mejor, comunitariamente más positivo, si tan solamente nos regaláramos un tiempo para nosotros mismos, para pensar concienzudamente en nuestro destino final, sobre todo si creemos que la vida no concluye con la muerte física.

Seguramente haríamos rectificaciones en nuestro proceder y consolidaríamos el bien que hacemos y que requerimos para tratar de asegurar que nuestro pasaporte a la eternidad, a la llamada vida después de la muerte, reciba un visado hacia el destino que queremos y en el que confiamos.

Tal vez nos conviene un “vuelta atrás” para que, con renovado optimismo y decisión, nos introduzcamos en el mar de la vida cotidiana, venciendo las dificultades y obstáculos que ella nos presenta, así como las tentaciones que nos asedian.

Con esperanza en el amor que se nos ha brindado, al regalársenos la vida, ¿no le parece que deberíamos caminar exclusivamente por la senda del bien obrar, familiar, comunitario y político?

¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)