Con pocas horas de diferencia, mientras en Ecuador la Asamblea negaba el derecho al aborto a las mujeres violadas, en una calle de Madrid se enfrentaban dos partidos de la derecha por los crímenes de carácter machista. Dos hechos hermanados por sus causas, en dos realidades radicalmente diferentes. Lo que les une a ambos es el tema de fondo, la violencia de género, una violencia en contra de las mujeres que se origina y se produce exclusivamente porque son mujeres. Lo que les diferencia a los dos actos es el contexto en que se producen y, derivado de este, los términos en que se coloca el debate.

El contexto español está marcado por un avance notable de la legislación referida a los derechos de la mujer. Pero, más allá de las leyes, que pueden quedar en letra muerta, lo que cuenta es la apropiación de esos derechos por parte de los partidos políticos, que así respondieron al impulso que venía desde la ciudadanía. Los partidos, con las diferencias que corresponden a sus posiciones ideológicas, los adoptaron y contribuyeron a su avance. Sin embargo, ese acuerdo general comienza a presentar grietas a partir de la irrupción de Vox, un partido de extrema derecha. Su manifestación en contra de quienes condenaban los asesinatos machistas (con un eslogan tan absurdo y falso como “La violencia no tiene género”) puede ser una señal de esa fractura. A esta percepción contribuye la respuesta del alcalde de la ciudad, del Partido Popular, también de derecha, que a la vez que pedía retirar los carteles, afirmaba que él también estaba en contra de la “ideología de género” y del feminismo del 8 de marzo. Adiós consenso. Bastó que apareciera una amenaza electoral desde el sector más retrógrado para flaquear en lo que hasta ayer eran convicciones.

En nuestro medio, no hay avance en derechos ni hay consenso social, mucho menos político. El debate sobre el aborto da la medida del nivel incipiente que hemos alcanzado en materia de libertades y de apropiación de nuestro propio destino. No ha sido necesario el surgimiento de un partido de extrema derecha porque, como dogma de fe, el pensamiento conservador está sólidamente instalado en todos los partidos. El debate en la Asamblea giró alrededor de creencias, no de principios básicos acerca de la libertad humana. La criminalización de la mujer violada –que está en la ley y allí permanecerá por decisión de quienes se dicen liberales y no son ni de lejos herederos de la ilustración– manifiesta el temor a que el ser humano, mujer u hombre, sea autónomo, dueño de sí mismo. Lo que está en el fondo es lo que el sicólogo Erich From denominó el miedo a la libertad. Un miedo que alcanza enormes dimensiones cuando se trata de una mujer. El miedo a que sea libre, a que se apropie de su vida, comenzando por lo más inmediato, que es su cuerpo, unifica a los conservadores de todas las especies y colores. Aquí no es necesaria la ultraderecha. (O)