¿Por qué nos interesa conocer a los escritores, verlos y oírlos en su encarnadura humana para que dejen de ser nombres impresos en las portadas de los libros? Hay un misterioso atractivo en el asunto. La mente que nos encandila a través de las páginas puede estar dentro de una persona opaca, sin carisma; o el buen conversador y simpático participante acaso es autor de piezas intrascendentes. Lo cierto es que escuchar a los autores es parte fundamental de los intercambios de la cultura.
Prestos a recibir a Margo Glantz y a Laura Freixas en la inmediata Feria Internacional del Libro de nuestra ciudad, y con cruces digitales de por medio, me interrogo sobre aspectos de sus respectivas obras y calculo las emociones de la proximidad. Margo es una intelectual total, de larga e importante trayectoria por las letras de Hispanoamérica quien, en edad avanzada, no detiene su andar por países y libros desde que asumiera su pronta vocación literaria. Graduada en la UNAM de su ciudad y luego en La Sorbona de París, fue desgranando una voz crítica de pasmosa precisión. No hay cómo referirse a las Crónicas de Indias o a sor Juana Inés de la Cruz, prescindiendo de sus investigaciones y criterios.
Desde 1981 hay que contar con su obra narrativa. En Las genealogías, texto híbrido entre memoria, crónica y cuadro de costumbres, rastrea sus orígenes familiares que provienen de judíos rusos asentados en México, lo que da como resultado un amplio ensamblaje cultural del que emerge arte, gastronomía y hechos históricos, narrados con humor y buena dosis de mexicanidad. Luego vinieron otros títulos que las editoriales más distantes –de España y Argentina– se encargaron de propagar. Pese a que todo le interesa, en particular lo común y cotidiano, la voz que brota de sus libros es de una densidad reflexiva que ha acuñado ideas particulares sobre la realidad.
Laura Freixas viene de Madrid, aunque ella es nativa de Barcelona. Le ha hecho un formidable seguimiento al tema de la escritura de las mujeres, al punto de ser una experta en revisar una cantidad de mitos en torno de este aspecto y denunciar la permanente inequidad en materia de premios, publicaciones y elecciones del elemento femenino en el mundo literario. Libros como la compilación Madres e hijas (1996), Literatura y mujeres (2000), El silencio de las madres (2014) y la autobiografía A mí no me iba a pasar, que en estos días se está presentando en España, son muestra de la constancia de su trabajo y la firmeza de sus opiniones.
Será bueno conversar de algunas ideas que parecería que, si las expresa alguien de afuera, tuvieran más peso y contundencia. Todos los libros se ofrecen a los públicos en general, pero todavía el tratamiento de lo doméstico, sentimental e intimista luce “femenino”, como si esas facetas de la vida fueran inexistentes, o al menos, secundarias para los varones. Por eso es positivo plantear para analizar, volver a mirar, renovar ideas tenidas pasivamente como verdades inamovibles.
Esta labor de volver a mirar –desautomatizar la realidad se llamaba en teoría literaria– se puede hacer gracias a la literatura. Y una feria de libro es una feliz oportunidad para ello. (O)